8 de abril de 2017

MARÍA, AL PIE DE LA CRUZ

Con María empieza la salvación. El Hijo de Dios, nuestro Señor, se encarna, concebido por el Espíritu Santo, en el seno de María. Ella ofrece su seno como morada, para que habite la Gracia de Dios, al servicio de la salvación, porque Dios así lo ha querido. Ella, llena de Gracia, entrega su vida y todo su ser a la colaboración, con la obra redentora de su Hijo, por la salvación de la humanidad.

Y no lo hace de cualquier manera, lo hace desde la estrecha colaboración y disposición incondicional a la acción del Espíritu Santo. De tal forma que sus pasos marcan también los pasos del Espíritu de Dios, están configurados con la Voluntad del Padre y entregados a la acción del Espíritu Santo que la dirige y camina con ella.

¡Madre bendita, Madre de Dios, enséñanos también a caminar al ritmo de los pasos que nos marca el Espíritu Santo y a dejarnos fortalecer por su Amor y su Fortaleza!

Pero, María, no se queda en el camino, sino que camina al ritmo de su Hijo Jesús. Ella que inicia su andadura con Él en su seno, le acompaña, treinta y tres años más tarde, al pie de la Cruz. Ella padece sus burlas, sus injurias, sus blasfemias y sus sufrimientos. Ellas los recibe como si de su propia crucifixión se tratara. Ella coopera con su dolor sufriente en esa redención universal de su Hijo. Ella continúa también la obra redentora de su Hijo, que se consuma en la Cruz.

Allí consagra su vida y es proclamad Madre de todos los hombres, y, como tal, Madre de la Iglesia, que ella aúna, fortalece y reemprende. Madre del Calvario, que, junto a tu Hijo, gastas toda tu vida en entregarla para que, la encarnación de tu Hijo tenga esa Hora final donde los pecados de todos los hombres sean redimidos y perdonados por la entrega voluntaria de su Muerte en la Cruz.

Madre, tú que supiste cumplir la Voluntad de Dios y llevar hasta la Cruz junto a tu Hijo, intercede por nosotros, para que también, de tu Mano e injertado en tu Hijo Jesús, sepamos llevar también nuestra vida hasta los pies de la Cruz de salvación, y entregar todas nuestras miserias y pecados, compartiendo nuestra muerte, con la del Señor. Amén.