30 de septiembre de 2016

BUEN VIAJE!!! SANTO PADRE


Blogueros con el Papa nos unimos en oración por el viaje del Papa Francisco a Georgia, para que su mensaje toque los corazones, invite a la paz, a la concordia entre todos, pedimos también por todo el pueblo de Georgia para que el Señor les comunique sus dones.


 

28 de septiembre de 2016

AUDIENCIA PAPA FRANCISCO

Desde hace algún tiempo he sentido sana envidia por el llamado "buen ladrón", porque esas palabras que Jesús le dijo son las palabras que yo quiero y busco que me diga a mí también: la promesa de estar con Él en el Paraíso.

 Pero, reflexionando sobre ello me doy cuenta que el último camino para conseguirlo es la Cruz. Claro, yo no puedo morir como aquel buen ladrón y como Jesús, pero si aceptar la cruz de mi tiempo y de mi hora. Tal y como nos dice el Papa Francisco, arrepintiéndome de mi pecado, confesando mi culpa y confiando en la bondad y misericordia de Dios.







PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 28 de septiembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

Las palabras de Jesús en la cruz encuentran su culmen en el perdón. El evangelista san Lucas narra como los dos ladrones que fueron crucificados junto a Jesús se dirigen a él con actitudes distintas.

El primero, llevado por la angustia del hombre ante la muerte, lo insulta y no comprende que, siendo el Mesías, pueda quedarse en la cruz. Pero es precisamente quedándose y muriendo en la cruz donde Cristo nos salva, dando testimonio de que la salvación de Dios puede llegar a todos los hombres hasta en las situaciones más extremas.

El segundo ladrón, movido por el temor del Señor, reconoce su pecado, y confiesa su culpa con absoluta confianza en la infinita bondad y misericordia de Jesús. Jesús está precisamente allí para estar cerca, para salir al encuentro de la necesidad que tiene todo hombre de no ser abandonado, y le promete que hoy estará con él en el paraíso. De este modo, en la hora de la Cruz, Jesús revela el cumplimiento de su misión de salvar a los pecadores. Desde el inicio hasta el final de su vida, Jesús se ha revelado Misericordia, encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor por todos los que sufren por cualquier motivo o se sienten abandonados, para que mirando al crucificado, puedan descubrir y sentir el consuelo y el perdón de Cristo, rostro de la misericordia del Padre. Un especial pensamiento al pueblo mexicano, los invito a cantarle a la Guadalupana, lo que cantaron al inicio, pidiendo por los sufrimientos de este pueblo. Gracias.

24 de septiembre de 2016

LA ESTRELLA DE MARÍA






Tu camino, Señor, es camino de humildad, de sencillez y de pobreza. Ese fue el camino que recorrió María y que nos enseña e invita también recorrer a nosotros. Posiblemente todavía no la hayamos comprendido, porque no está la salvación que nos trae Jesús en el poder, las riquezas, el prestigio o la fama. Simplemente, está en el amor.

Así, María nos regala humildad y sencillez bañada de amor. Un amor que se concreta en su silencio amoroso en muchas cosas que no entendía, pero que obedecía. Porque se fía del que se las ofrece y cree firmemente en su Palabra. También José escucha la voz en sueño y se fía del Señor. Sabe de la pureza e inocencia de María y entiende que lo que ocurre es cosa de Dios.

Mi humilde reflexión me lleva a preguntarme: ¿Estoy yo en la misma actitud de José y María? ¿Estoy abierto a los cambiós que la vida me ofrece, a veces amargos y duros, para, aceptándolos, vivirlos en la presencia de Dios y según su Voluntad? ¿Y creo que con la asistencia del Espíritu Santo, injertado en Él y por su Gracia podemos alcanzar la promesa que el Señor nos ha prometido?

La pregunta es, ¿quiero como José y María dejarme guiar por el Espíritu de Dios con, dónde y cómo Él disponga en mi vida? Y la respuesta si es "sí" tendremos que hacerlo unidos íntimamente en Él. Pidámoselo confiando en la promesa que Él mismo nos ha hecho.

22 de septiembre de 2016

¿QUÉ QUIERE DECIR ADORAR AL SEÑOR?

El Papa Francisco nos lo dice en pocas pero muy significativas palabras:

Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia.

En la Adoración Eucarística, como cada jueves, ponemos también las intenciones del Santo Padre.

21 de septiembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO


No hay sino un camino. Eso es lo que el Papa Francisco nos dice hoy respecto a la Misericordia de Dios. Dios es Infinitamente Misericordioso y en base a esa Misericordia Infinita que no merecemos ni podemos entender, estamos vivos y con la esperanza de vivir eternamente.

Y sólo, también, hay un único camino para alcanzar esa Misericordia que Dios nos pone a nuestros pies, la de ser también nosotros misericordiosos. Y eso no consiste sólo en perdonar sino en dar y amar. Porque el perdón no se da sin amor. La Misericordia se ríe de la justicia y la sobrepasa, porque no sólo perdona lo perdonable, sino todo aquello que no merece perdón. Por eso nosotros, sin merecer nada, somos perdonados y salvador por los méritos de nuestro Señor Jesús.





PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 21 de septiembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy hemos escuchado el pasaje evangélico que inspira el lema de este año santo: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Dios ama con un amor tan grande que para nosotros parece imposible. Toda la historia de la salvación es una historia de misericordia, que alcanza su culmen en la donación de Jesús en la cruz. ¿Cómo alcanzar esta perfección? La respuesta estriba en que Jesús no pide cantidad, sino ser signo, canal, testimonio de su misericordia. Por eso los santos han encarnado el amor de Dios que les desborda en múltiples formas de caridad en favor de los necesitados.

El Evangelio nos da dos pautas para ello: perdonar y dar. Jesús no busca alterar el curso de la justicia humana, pero manifiesta que en la comunidad cristiana hay que suspender juicios y condenas. El perdón es manifestación de la gratuidad del amor de Dios, que nunca da a un hijo por perdido. No podemos ponernos por encima del otro, al contrario, debemos llamarlo continuamente a la conversión. Del mismo modo, Jesús nos enseña que su voluntad de darse está muy por encima de nuestras expectativas y no depende de nuestros méritos, sino que la capacidad de acoger su amor, crece en la medida en que nos damos a los demás, más amamos, más lleno de Dios estará nuestro corazón.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que no perdamos nunca nuestra identidad de hijos de un mismo Padre, que nos une en su amor. Que Dios los bendiga.


20 de septiembre de 2016

JORNADA DE ORACIÓN POR LA PAZ, EN ASÍS

 En la plaza San Francisco de Asís el Santo Padre dirigió estas palabras:
Santidades, Ilustres Representantes de las Iglesias, de las Comunidades cristianas y de las Religiones, Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo con gran respeto y afecto, y os agradezco vuestra presencia. Agradezco a la comunidad de Asís y a la Comunidad de San Egidio que han preparado esta jornada. Hemos venido a Asís como peregrinos en busca de paz. Llevamos dentro de nosotros y ponemos ante Dios las esperanzas y las angustias de muchos pueblos y personas. Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de la paz, tenemos sobre todo necesidad de orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Muchos de vosotros habéis recorrido un largo camino para llegar a este lugar bendito. Salir, ponerse en camino, encontrarse juntos, trabajar por la paz: no sólo son movimientos físicos, sino sobre todo del espíritu, son respuestas espirituales concretas para superar la cerrazón abriéndose a Dios y a los hermanos.
Dios nos lo pide, exhortándonos a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia.
No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por las guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con el querido Hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé, hemos visto en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz.
Pienso en las familias, cuyas vidas han sido alteradas; en los niños, que en su vida sólo han conocido la violencia; en los ancianos, obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay futuro en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida.
Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración. En esta jornada, la sed de paz se ha transformado en una invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que invocamos desde Asís no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera «el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos, sino resultado de la oración» (JUAN PABLO II, Discurso, Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 octubre 1986: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española [2 noviembre 1986, 1]).
Buscamos en Dios, fuente de la comunión, el agua clara de la paz, que anhela la humanidad: ella no puede brotar de los desiertos del orgullo y de los intereses particulares, de las tierras áridas del beneficio a cualquier precio y del comercio de las armas.
Nuestras tradiciones religiosas son diversas. Pero la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego. Hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia. Por el contrario, sin sincretismos y sin relativismos, hemos rezado los unos con los otros, los unos por los otros.
San Juan Pablo II dijo en este mismo lugar: «Acaso más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (ID., Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11). Continuando el camino iniciado hace treinta años en Asís, donde está viva la memoria de aquel hombre de Dios y de paz que fue san Francisco, «reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda» (ID., Discurso a los representantes de las Religiones, Asís, 24 enero 2001), que ninguna forma de violencia representa «la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción» (BENEDICTO XVI, Intervención en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, Asís, 27 octubre 2011).
No nos cansamos de repetir que nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa y no la guerra. Hoy hemos implorado el don santo de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, promuevan la paz entre los pueblos y cuiden la creación, nuestra casa común.
La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar encerrados en la lógica del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de los que sólo saben protestar y enfadarse. La oración y la voluntad de colaborar nos comprometen a buscar una paz verdadera, no ilusoria: no la tranquilidad de quien esquiva las dificultades y mira hacia otro lado, cuando no se tocan sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos cuando los problemas no son suyos; no el enfoque virtual de quien juzga todo y a todos desde el teclado de un ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos ni ensuciarse las manos para ayudar a quien tiene necesidad.
Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner en el primer lugar a los que sufren; el de afrontar los conflictos y sanarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia el camino del bien, rechazando los atajos del mal; el de poner en marcha pacientemente procesos de paz, con la ayuda de Dios y con la buena voluntad.
Paz, un hilo de esperanza, que une la tierra con el cielo, una palabra tan sencilla y difícil al mismo tiempo. Paz quiere decir Perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace de dentro y, en nombre de Dios, hace que se puedan sanar las heridas del pasado. Paz significa Acogida, disponibilidad para el diálogo, superación de la cerrazón, que no son estrategias de seguridad, sino puentes sobre el vacío. Paz quiere decir Colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que es un don y no un problema, un hermano con quien tratar de construir un mundo mejor.
Paz significa Educación: una llamada a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de rigidez, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre.

18 de septiembre de 2016

RECEMOS POR LA PAZ

En el Angelus de hoy domingo el Papa Francisco nos pide:

El próximo martes iré a Asís para el encuentro de oración por la paz, treinta años después de aquel histórico que convocó san Juan Pablo II. Invito a las parroquias, asociaciones eclesiásticas, individualmente a los fieles de todo el mundo para que vivan ese día como una Jornada de oración por la paz.
Hoy más que nunca tenemos necesidad de paz en esta guerra que existe en todas las partes del mundo. Recemos por la paz siguiendo el ejemplo de san Francisco, hombre de fraternidad y de mansedumbre. Estamos todos llamados a ofrecer al mundo un fuerte testimonio de nuestro empeño común por la paz y la reconciliación entre los pueblos. Así el martes, todos, unidos en oración. Recemos por la paz: cada uno se tome un poco de tiempo, el que pueda para rezar por la paz. Todo el mundo unido.

17 de septiembre de 2016

MARÍA, TAMBIÉN MADRE NUESTRA



María comprometió su vida hasta las últimas consecuencias. No podía ser de otra forma, porque su Sí significaba eso, toda tuya Señor hasta el final. De la misma forma que el Hijo, encarnado en su seno, se comprometió voluntariamente a la Voluntad del Padre hasta el extremo de dar su Vida por la redención y salvación de cada uno de los hombres y mujeres del mundo.

Jesús ha redimido al mundo, pero la redención ha empezado por María y en María. Ella ha dado su seno para que el Hijo se encarnara en Naturaleza humana, despojándose de su Divinidad, sin dejar por eso de tener también Naturaleza Divina, pero no usándola sino igualado en todo al hombre menos en el pecado. María, madre de los Dolores, soportó su compromiso con fidelidad, obediencia, paciencia, humildad y perseverancia hasta la última hora al pie de la Cruz.

María acompaña a su Hijo hasta la última hora. Y la última hora es la Cruz. Porque Jesús había venido a morir en la Cruz; porque Jesús había entregado su Vida al Padre para que, enviado por Él, nos rescatara, con su Pasión y Muerte, de la esclavitud del pecado. María también hace ese recorrido de su propia pasión y dolor, que le hacen morir a sí misma para entregarlos como corredentora con su Hijo.

María, Madre también nuestra, ayúdanos a soportar con humildad, paciencia, obediencia, perseverancia y fidelidad los avatares y caminos que la vida nos proponga y disponga con la disponibilidad que tú misma abrazaste para abrirte a la acción del Espíritu Santo. María, Madre de Dios y también Madre nuestra, que al pie de la Cruz recibiste ese encargo de tu Hijo en Juan, el discípulo amado, danos la fortaleza que tú has sostenido en el Espíritu Santo para llegar hasta esos últimos momentos al pie de la Cruz.

Intercede por nosotros para que también seamos capaces, por la Gracia y Misericordia de Dios, llegar a brindar todos los instantes de nuestra vida en ofrecimiento y oración constante por, no sólo cumplir, sino vivir el Amor de Xto. Jesús injertado en lo más profundo de nuestro corazón. 

Contigo a nuestro lado esperamos encontrar apoyo y cuidado maternal de Madre que nos acompaña, nos espera y aguarda para, junto a ti, seguir la huella de tu Hijo Jesús hasta el pie de la Cruz. Amén.

14 de septiembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Nadie puede pedir que tengan confianza en él si antes no da esa confianza y seguridad. Sobre todo haciendo y viviendo plenamente lo que propone a otros que hagan. Jesús proclama y vive alternativamente lo que dice con su vida. Todo lo proclamado es vivido, de tal manera que sabe de cansancios, de sufrimientos, de dolores y de agobios.

Y es a esos a los que se dirige, a los que están cansados y agobiados, porque solo los que se cansan y fatigan buscan descanso. Y Él, como nos dice nuestra Papa Francisco es el descanso y la paz que todos los hombres buscan, aunque muchos lo ignoran. Por su Infinita Misericordia somos siempre acogidos y perdonados. Y esa experiencia nos alivia y descansa.







PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de septiembre de 2016

Queridos hermanos y hermanas

En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús se dirige a sus discípulos para extenderles una invitación y lo hace a través de tres imperativos: «Vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí».

Jesús se dirige a quienes están cansados y agobiados para que confíen en él y encuentren alivio en su misericordia. Es una invitación a descubrir la voluntad de Dios, entrando en comunión con él y cargando con su cruz.

La propuesta de Jesús es un camino de conocimiento e imitación. Él no es un maestro severo que impone los pesos que él no ha llevado. Él mismo se ha hecho pequeño y humilde, su ejemplo nos enseña y es el camino a seguir.

Tenemos que pedir a Dios la gracia de tener la mirada limpia de Jesús que nos hace comprender cuánto camino debemos aún recorrer; pero al mismo tiempo nos da la alegría de saber que estamos caminando con él y no estamos solos.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los invito a pedir el don de la alegría, que es el de la gracia de sentirse discípulo de Jesús; de vivir junto a él con la fuerza de su consuelo y misericordia. Muchas gracias.

13 de septiembre de 2016

DAR DE BEBER AL SEDIENTO

“Pidamos al Señor hoy la gracia de conocer bien qué cosa sucede en nuestro corazón, qué cosa nos gusta hacer, es decir, lo que a mí me toca más: si el espíritu de Dios, que me lleva al servicio de los demás, o el espíritu del mundo que gira en torno a mí mismo, a mis cerrazones, a mis egoísmos, a tantas otras cosas… Pidamos la gracia de conocer qué cosa sucede en nuestro corazón”.Papa Francisco.

10 de septiembre de 2016

LA MISIÓN DE MARÍA





No cabe ninguna duda que Dios tenía un Plan, y ese Plan Divino se fue cumpliendo en el tiempo, y continúa todavía su camino. Tendremos que suponer que, si somos parte de ese Plan, Dios tendrá también su plan particular con cada uno de nosotros. Y que, como María, tendremos también nuestro papel en el camino de nuestra vida. 

Hoy, a través del Evangelio, observamos como hubo muchas generaciones: el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones. 

Hay un largo recorrido hasta llegar a María. Y en ese recorrido hay personajes de todo tipo, de la casa hasta extranjeros, y de todas condiciones, hasta prostitutas. Rut y Rahab (cf. Mt 1,5), extranjeras convertidas a la fe en el único Dios (¡y Rahab era una prostituta!), son antepasados del Salvador.

María tuvo también que pasar lo suyo y aceptar el Plan de Dios no fue cosa fácil, pues tuvo sus dificultades e incomprensiones, empezando por el mismo José. Y no parece tan difícil explicarlo, o contemplarlo desde la distancia y la lejanía y fuera del contexto cultural de la época. Pero, tuvo que ser una decisión llena de dificultades y dudas. Y muy difícil de tomar. Eso engrandece a María y la llena de Gracia por la Misericordia de Dios.

Y realmente todo ha sucedido como Dios tenía pensado. Y todavía queremos pruebas para creer en el Señor. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que traducido significa: "Dios con nosotros" Is 7, 14. 

¿Cuál será la misión y el papel que Dios tiene pensado sobre mí? Supongo que no habrá misión y vocación más hermosa que trabajar en el discernimiento y descubrimiento de lo que Dios espera de mi vida y de mi recorrido por ella. Por eso pido, desde este espacio al Espíritu Santo que tome mi vida y la dirija por el camino que Dios tiene pensado para mí. Oremos todos en este sentido los unos por los otros, para que cada cual encuentre su misión en la Viña del Señor. Amén.

7 de septiembre de 2016

AUDIENCIA PAPA FRANCISCO

Posiblemente, el Papa, nos ayuda a discernir sobre la idea que nos hemos formado de Jesucristo o la que nos gustaría tener o esperar. Nuestro mundo no nos ayuda mucho a comprenderle, porque nuestros pensamientos son de este mundo y Jesús viene de otro, del único y verdadero mundo. Incluso, Juan el Bautista, precursor de Jesús, envía discípulos para cerciorarse y saber si es Jesús el esperado y el que había de venir.

Afortunadamente, la Obra de Jesús despeja todas las dudas y allana el camino. Su Misericordia habla por sí sola y revela el Amor del Padre. Un Padre que nos abre su Infinito Corazón y nos llama a la conversión y a la Vida plena en su presencia.



PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 7 de septiembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

En el evangelio de Mateo escuchamos la pregunta de Juan el Bautista: «¿Eres tú el que ha de venir?» Jesús responde mostrando las obras de misericordia que realiza con los enfermos y desheredados, y de las que son testigos los discípulos del profeta.

Jesús, el Mesías esperado, es el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos llevando consuelo y salud, y, a través de los signos de la bondad divina, llama a todos a la conversión, para que encuentren el camino de regreso al Padre.

La forma de actuar de Jesús puede escandalizar a muchos, porque no se adecua a la idea que se han formado de él, pero nos alienta a aceptarlo como el Mesías que se revela en las obras que cumple, siguiendo la voluntad del Padre. El cristiano cree en el Dios de Jesucristo, y tiene el deseo de crecer en la experiencia viva de su misterio de amor, que lo empuja a la misión de trasformar el mundo y la historia.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Esforcémonos en no ser obstáculo de la misericordia del Padre, sino al contrario, pidamos al Señor que incremente nuestra fe, para ser signos e instrumentos de su misericordia. Que Dios los bendiga.

6 de septiembre de 2016

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO

Continuamos con los cartelitos de las Obras de Misericordia, En ellos exponemos un poco del extenso pensamiento del Papa Francisco sobre este tema tan actual, sin embargo también nos dice:
 La misericordia no es una «teoría que esgrimir»: «¡ah!, ahora está de moda hablar de misericordia por este jubileo, y qué se yo, pues sigamos la moda». No, no es una teoría que esgrimir para que aplaudan nuestra condescendencia, sino que es una historia de pecado que recordar. ¿Cuál? La nuestra, la mía y la tuya. Y un amor que alabar. ¿Cuál? El de Dios, que me trató con misericordia.


3 de septiembre de 2016

EL MAGNIFICAT




El canto del Magnificat  es una maravilla y un asombro el imaginarlo proclamar de labios de María. No se puede explicar de ninguna manera sino por la Gracia de Dios. Cada palabra exige una meditación profunda y es una obra hermosa del poder y maravilla del Espíritu de Dios.

Experimentar esa grandeza del Señor es algo inaudito, inimaginable y nos conduce al éxtasis. Sentirlo es caer rendido a los pies de nuestro Señor. Así nuestro espíritu, como canta María, se alegra en Dios, mi salvador. Pero no, por mis méritos, ni por mis cualidades, sino por mi humillación, por mi pobreza, por mi pequeñez. Son esos, los pequeños y humildes a los que Dios revela su secretos.

Y María tuvo que ser así, sencilla, pequeña, pobre y humilde. Por eso, porque estaba adornada de esas cualidades, Dios puso su mirada en ella. Cuanto envidio a María en el buen sentido, y cuanto le pido que, por su intercesión, me ayude a ser humilde y sencillo como ella. Madre reza por mí para que siga tu camino y llegue al encuentro con tu Hijo.

Y se ha cumplido el canto del Magnificat en María, porque desde ese momento le felicitan todas las generaciones. No por sus méritos, sino porque el Poderoso ha hecho obras grandes en Ella. Su nombre, el del Señor, es Santo y su Misericordia llega a todos sus fieles de generación en generación.

Gracias Señor, porque tu Madre, al cantar el Magnificat, nos revela a quienes tu dispersas y derribas del trono. No escuchas a los soberbios de corazón; ni tampoco quieres cuenta con los poderosos y autosuficientes. En cambio, enalteces a los humildes y satisface a los hambrientos despidiendo a los ricos vacíos. Haznos, Señor, humildes y sencillos como tu Madre, y despójanos de toda ambición.

Gracias, Madre, por recordarnos cada día cuando rezamos tu hermoso y revelador canto del Magnificat el auxilio del Señor y su Infinita Misericordia. Porque es promesa a nuestros padres, y Tú, mi Dios, cumples siempre lo que dices. Así, también a tu Hijo le has dado esa autoridad con la que asombraba a todos los que le escuchaban.

Gracias, Señor, por María, y por las obras que el Espíritu Santo ha hecho en Ella. Gracias, Señor, por tu Madre, porque ser Madre tuya no podía ser de otra forma. Amén.

1 de septiembre de 2016

Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación



Usemos misericordia con nuestra casa común

En unión con los hermanos y hermanas ortodoxos, y con la adhesión de otras Iglesias y Comunidades cristianas, la Iglesia católica celebra hoy la anual «Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación». La jornada pretende ofrecer «a cada creyente y a las comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la maravillosa obra que él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos».

Es muy alentador que la preocupación por el futuro de nuestro planeta sea compartida por las Iglesias y las Comunidades cristianas junto a otras religiones. En efecto, en los últimos años, muchas iniciativas han sido emprendidas por las autoridades religiosas y otras organizaciones para sensibilizar en mayor medida a la opinión pública sobre los peligros del uso irresponsable del planeta. Quisiera aquí mencionar al Patriarca Bartolomé y a su predecesor Demetrio, que durante muchos años se han pronunciado constantemente contra el pecado de causar daños a la creación, poniendo la atención sobre la crisis moral y espiritual que está en la base de los problemas ambientales y de la degradación. Respondiendo a la creciente atención por la integridad de la creación, la Tercera Asamblea Ecuménica Europea (Sibiu 2007) proponía celebrar un «Tiempo para la creación», con una duración de cinco semanas entre el 1 de septiembre (memoria ortodoxa de la divina creación) y el 4 de octubre (memoria de Francisco de Asís en la Iglesia católica y en algunas otras tradiciones occidentales). Desde aquel momento dicha iniciativa, con el apoyo del Consejo Mundial de las Iglesias, ha inspirado muchas actividades ecuménicas en diversos lugares.

Debe ser también un motivo de alegría que, en todo el mundo, iniciativas parecidas que promueven la justicia ambiental, la solicitud hacia los pobres y el compromiso responsable con la sociedad, están fomentando el encuentro entre personas, sobre todo jóvenes, de diversos contextos religiosos. Los Cristianos y los no cristianos, las personas de fe y de buena voluntad, hemos de estar unidos en el demostrar misericordia con nuestra casa común la tierra y valorizar plenamente el mundo en el cual vivimos como lugar del compartir y de comunión.

1. La tierra grita…

Con este Mensaje, renuevo el diálogo con «toda persona que vive en este planeta» respecto a los sufrimientos que afligen a los pobres y la devastación del medio ambiente. Dios nos hizo el don de un jardín exuberante, pero lo estamos convirtiendo en una superficie contaminada de «escombros, desiertos y suciedad» (Laudato si’, 161). No podemos rendirnos o ser indiferentes a la pérdida de la biodiversidad y a la destrucción de los ecosistemas, a menudo provocados por nuestros comportamientos irresponsables y egoístas. «Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho» (ibíd., 33).

El planeta continúa a calentarse, en parte a causa de la actividad humana: el 2015 ha sido el año más caluroso jamás registrado y probablemente el 2016 lo será aún más. Esto provoca sequía, inundaciones, incendios y fenómenos meteorológicos extremos cada vez más graves. Los cambios climáticos contribuyen también a la dolorosa crisis de los emigrantes forzosos. Los pobres del mundo, que son los menos responsables de los cambios climáticos, son los más vulnerables y sufren ya los efectos.

Como subraya la ecología integral, los seres humanos están profundamente unidos unos a otros y a la creación en su totalidad. Cuando maltratamos la naturaleza, maltratamos también a los seres humanos. Al mismo tiempo, cada criatura tiene su propio valor intrínseco que debe ser respetado. Escuchemos «tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (ibíd., 49), y busquemos comprender atentamente cómo poder asegurar una respuesta adecuada y oportuna.

2. …porque hemos pecado

Dios nos ha dado la tierra para cultivarla y guardarla (cf. Gn. 2,15) con respeto y equilibrio. Cultivarla «demasiado» esto es abusando de ella de modo miope y egoísta, y guardarla poco es pecado.

Con valentía, el querido Patriarca Bartolomé, repetidamente y proféticamente, ha puesto de manifiesto nuestros pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todo esto es pecado». Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios».

Ante lo que está sucediendo en nuestra casa, que el Jubileo de la Misericordia pueda llamar de nuevo a los fieles cristianos «a una profunda conversión interior» (Laudato si’, 217), sostenida particularmente por el sacramento de la Penitencia. En este Año Jubilar, aprendamos a buscar la misericordia de Dios por los pecados cometidos contra la creación, que hasta ahora no hemos sabido reconocer ni confesar; y comprometámonos a realizar pasos concretos en el camino de la conversión ecológica, que pide una clara toma de conciencia de nuestra responsabilidad con nosotros mismos, con el prójimo, con la creación y con el creador (cf. ibíd., 10; 229).

3. Examen de conciencia y arrepentimiento

El primer paso en este camino es siempre un examen de conciencia, que «implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos […] También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres» (ibíd., 220).

A este Padre lleno de misericordia y de bondad, que espera el regreso de cada uno de sus hijos, podemos dirigirnos reconociendo nuestros pecados contra la creación, los pobres y las futuras generaciones. «En la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la creación». Este es el primer paso en el camino de la conversión.

En el 2000, también un Año Jubilar, mi predecesor san Juan Pablo II invitó a los católicos a arrepentirse por la intolerancia religiosa pasada y presente, así como por las injusticias cometidas contra los hebreos, las mujeres, los pueblos indígenas, los inmigrantes, los pobres y los no nacidos. En este Jubileo Extraordinario de la Misericordia, invito a cada uno a hacer lo mismo. Como personas acostumbradas a estilos de vida inducidos por una malentendida cultura del bienestar o por un «deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita» (ibíd., 123), y como partícipes de un sistema que «ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza», arrepintámonos del mal que estamos haciendo a nuestra casa común.

Después de un serio examen de conciencia y llenos de arrepentimiento, podemos confesar nuestros pecados contra el Creador, contra la creación, contra nuestros hermanos y hermanas. «El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace ver el confesionario como un lugar en el que la verdad nos hace libres para un encuentro». Sabemos que «Dios es más grande que nuestro pecado», de todos los pecados, incluidos aquellos contra la creación. Allí confesamos porque estamos arrepentidos y queremos cambiar. Y la gracia misericordiosa de Dios que recibimos en el sacramento nos ayudará a hacerlo.

4. Cambiar de ruta

El examen de conciencia, el arrepentimiento y la confesión al Padre rico de misericordia, nos conducen a un firme propósito de cambio de vida. Y esto debe traducirse en actitudes y comportamientos concretos más respetuosos con la creación, como, por ejemplo, hacer un uso prudente del plástico y del papel, no desperdiciar el agua, la comida y la energía eléctrica, diferenciar los residuos, tratar con cuidado a los otros seres vivos, utilizar el transporte público y compartir el mismo vehículo entre varias personas, entre otras cosas (cf. Laudado si’, 211). No debemos pensar que estos esfuerzos sean demasiado pequeños para mejorar el mundo. Estas acciones «provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente» (ibíd., 212) y refuerzan «un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo» (ibíd., 222).

Igualmente, el propósito de cambiar de vida debe atravesar el modo en el que contribuimos a construir la cultura y la sociedad de la cual formamos parte: «El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión» (ibíd., 228). La economía y la política, la sociedad y la cultura, no pueden estar dominadas por una mentalidad del corto plazo y de la búsqueda de un inmediato provecho financiero o electoral. Por el contrario, estas deben ser urgentemente reorientadas hacia el bien común, que incluye la sostenibilidad y el cuidado de la creación.

Un caso concreto es el de la «deuda ecológica» entre el norte y el sur del mundo (cf. ibíd., 51-52). Su restitución haría necesario que se tomase cuidado de la naturaleza de los países más pobres, proporcionándoles recursos financiaros y asistencia técnica que les ayuden a gestionar las consecuencias de los cambios climáticos y a promover el desarrollo sostenible.

La protección de la casa común necesita un creciente consenso político. En este sentido, es motivo de satisfacción que en septiembre de 2015 los países del mundo hayan adoptado los Objetivos del Desarrollo Sostenible, y que, en diciembre de 2015, hayan aprobado el Acuerdo de París sobre los cambios climáticos, que marca el costoso, pero fundamental objetivo de frenar el aumento de la temperatura global. Ahora los Gobiernos tienen el deber de respetar los compromisos que han asumido, mientras las empresas deben hacer responsablemente su parte, y corresponde a los ciudadanos exigir que esto se realice, es más, que se mire a objetivos cada vez más ambiciosos.

Cambiar de ruta significa, por lo tanto, «respetar escrupulosamente el mandamiento originario de preservar la creación de todo mal, ya sea por nuestro bien o por el bien de los demás seres humanos». Una pregunta puede ayudarnos a no perder de vista el objetivo: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» (Laudato si’, 160).

5. Una nueva obra de misericordia

«Nada une más con Dios que un acto de misericordia, bien sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados, o bien de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su nombre».

Parafraseando a Santiago, «la misericordia sin las obras está muerta en sí misma. […] A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado: por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de la caridad para encontrar nuevas modalidades de acción. De este modo la vía de la misericordia se hará cada vez más concreta».

La vida cristiana incluye la práctica de las tradicionales obras de misericordia corporales y espirituales. «Solemos pensar en las obras de misericordia de una en una, y en cuanto ligadas a una obra: hospitales para los enfermos, comedores para los que tienen hambre, hospederías para los que están en situación de calle, escuelas para los que tienen que educarse, el confesionario y la dirección espiritual para el que necesita consejo y perdón… Pero, si las miramos en conjunto, el mensaje es que el objeto de la misericordia es la vida humana misma y en su totalidad».

Obviamente «la misma vida humana en su totalidad» incluye el cuidado de la casa común. Por lo tanto, me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común.

Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa de «la contemplación agradecida del mundo» (Laudato si’, 214) que «nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir» (ibíd., 85). Como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita «simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo […] y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor» (ibíd., 230-231).

6. En conclusión, oremos

A pesar de nuestros pecados y los tremendos desafíos que tenemos delante, no perdamos la esperanza: «El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado […] porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos» (ibíd., 13;245). El 1 de septiembre en particular, y después durante el resto del año, recemos:
«Oh Dios de los pobres, 
ayúdanos a rescatar a los abandonados 
y a los olvidados de esta tierra 
que son tan valiosos a tus ojos. […] 
Dios de amor, 
muéstranos nuestro lugar en este mundo 
como instrumentos de tu cariño 
por todos los seres de esta tierra (ibíd., 246). 
Dios de Misericordia, concédenos recibir tu perdón 
y de transmitir tu misericordia en toda nuestra casa común. 
Alabado seas. 
Amen.

Vaticano, 1 de septiembre de 2016

FRANCISCO