23 de julio de 2016

DIOS TE SAVE, MARÍA


  
Lo decimos de corrida, sin apenas dar tiempo a pensar. Nos ocurre muchas veces con todas nuestras oraciones. Y es que rezamos tanto y a diario que quizás lo hacemos igual que con las comidas, tomar un café o beber un vaso de agua. Confieso que a mí me pasa, y todavía me continúa ocurriendo. Descubrir eso es simplemente reconocer que eres pecador. No sé rezar, o, dicho de otro modo, rezo de forma rutinaria e inconsciente.

Doy gracias al Espíritu Santo que, poco a poco, he ido dándome cuenta de esa indiferencia y rutina al rezar y he tratado de esforzarme en ser más consciente en mis oraciones. Saber lo que digo, meditarlo y ponerlo en Manos del Espíritu Santo es imitar a María que humildemente guardaba sus interrogantes en su corazón. Interrogantes confiada y esperanzada en Dios, que la había elegido para ser la Madre de su Hijo.

Por eso, decir: Dios te salve, María, llena eres de Gracia, es contemplar a una criatura excepcional, porque ser elegida por Dios no puede significar otra cosa. Ser elegida para ser la Madre del Hijo enviado es como ser elegida y salvada. Dios te salve, Maria. Estás llena de la Gracia de Dios, participas ya de su Vida porque el Señor está contigo. ¿Acaso hay Gracia mayor? Por eso, Madre, es un privilegio inigualable tenerte como Madre, porque eres la Madre del Dios hecho Hombre.

Y eres bendita entre todas las mujeres. Ninguna mujer, Madre, es más grande que tú. Tú, una joven sencilla, humilde, pobre y abierta a servir. Obediente y dócil al Plan de Dios, que ofreces tu vientre para dar vida al fruto bendito, Jesús, que el Espíritu Santo concibe en Ti. Tú, Madre no puedes ser sino una santa. Santa María, elegida para ser la Madre de Dios.

Y, ¿cómo vamos a desaprovechar esta oportunidad de tener como Madre a la Madre de Dios, para pedirle que interceda por nosotros y le hable a su Hijo de nosotros, y rece también con nosotros, ahora en el Cielo, como hizo con los apóstoles? Madre de Dios, ruega por todos nosotros, tus hijos, que queremos y estamos encantados de serlos, porque somos pobres y míseros pecadores.

Hazlo ahora, Madre y en el momento de nuestra hora, de nuestro final en el camino de este mundo, para que acompañado/a por ti sintamos el abrazo de una Madre, el tuyo será reconfortante, hermoso y inimaginable hacia el encuentro con tu Hijo, nuestro Señor Jesús. Amén.