30 de mayo de 2016

AUDIENCIA JUBILAR DEL PAPA FRANCISCO




Si evangelizar es la misión del compromiso de nuestro Bautismo, el servicio es el estilo y la estrategia para cumplirla. No se evangeliza si no se sirve. Es lo que Pablo nos transmite de palabra y vida, y lo que el Santo Padre Francisco nos dice hoy en el jubileo de la Misericordia.

Proclamar la Palabra mi exige cada vez ser más manso y humilde, porque eso es lo que nos propone el Señor. Cada palabra escrita, que brota de mis dedos sobre el teclado, son impulsos al servicio, a la caridad, a la disponibilidad y a la humildad de saberme pobre, pequeño, sencillo, impotente, inocente, ingenuo, e incapaz de parecerme a Él sin su Gracia y acción del Espíritu Santo.

Ese es nuestro camino, nuestra meta, ser manso y humilde como el Señor (Mt 11, 28-30). Ser perfecto como el Padre celestial es perfecto, (Mt 5, 48).  Y para vivir en esa actitud y disponibilidad necesitamos permanecer en el Señor, y permanecemos en y con la oración y alimentados del Cuerpo y la Sangre del Señor.

Permanecer para, por su Gracia, estar disponible y entregado a darnos, a olvidarnos de nosotros, como nos dice el Papa, para vivir para el servicio al otro. Saber y asumir que ese es nuestro camino y, en el Espíritu Santo, abandonarnos, para, en sus Manos, tratar de realizarlo. Qué duda cabe que experimentaremos muchos fracasos, muchos fallos y decepciones, pero también la Misericordia de Dios. 

Gracias, querido Papa Francisco por esta hermosa homilía que nos reconforta, nos llena de esperanza y nos abre el corazón misericordioso de nuestro Padre Dios esperanzados en el esfuerzo de cada día, con y por la acción del Espíritu Santo, de aproximarnos a ser manso y humilde como nuestro Señor.


Salvador Pérez Alayón



JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro
Domingo 29 de mayo de 2016


«Servidor de Cristo» (Ga 1,10). Hemos escuchado esta expresión, con la que el apóstol Pablo se define cuando escribe a los Gálatas. Al comienzo de la carta, se había presentado como «apóstol» por voluntad del Señor Jesús (cf. Ga 1,1). Ambos términos, apóstol y servidor, están unidos, no pueden separarse jamás; son como dos caras de una misma moneda: quien anuncia a Jesús está llamado a servir y el que sirve anuncia a Jesús.

El Señor ha sido el primero que nos lo ha mostrado: él, la Palabra del Padre; él, que nos ha traído la buena noticia (Is 61,1); él, que es en sí mismo la buena noticia (cf. Lc 4,18), se ha hecho nuestro siervo (Flp 2,7), «no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc 10,45). «Se ha hecho diácono de todos», escribía un Padre de la Iglesia (San Policarpo, Ad Phil. V,2). Como ha hecho él, del mismo modo están llamados a actuar sus anunciadores, «llenos de misericordia, celantes, caminando según la caridad del Señor que se hizo siervo de todos» (ibíd.). El discípulo de Jesús no puede caminar por una vía diferente a la del Maestro, sino que, si quiere anunciar, debe imitarlo, como hizo Pablo: aspirar a ser un servidor. Dicho de otro modo, si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús. Su testigo es el que hace como él: el que sirve a los hermanos y a las hermanas, sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio.