31 de diciembre de 2016

MARÍA, TÚ PERMANECES FIEL A LA PALABRA DE DIOS

María es ejemplo. Es la Madre que confía, que obedece, que se abaja humildemente y cree en la Palabra de Dios. María, tú te fías, no sólo porque las cosas prometidas se cumplen, sino porque en las dificultades y peligros, sobre todo, en los momentos confusos, contradictorios y oscuros, tú, María, siempre sigues caminando en la dirección de la Palabra de Dios.

Tu Fe, María, se pone a prueba en esos momentos de peligro y de obligadas huidas ante las amenazas de persecución y muerte que caen sobre tu Hijo. Tu fe se hace visible en la obediencia, callada y silenciosa, quizás sin entender nada. Tu fe se hace visible en la perseverancia ante las contradicciones que el camino y tu maternidad te presentan.

María, tu fe nos conforta cuando tu disponibilidad nos habla y nos da ejemplo de fidelidad. Y, por la Gracia, en tu seno, la Palabra se hace carne y acampa entre nosotros. Tu fe nos llena de esperanza y de fortaleza.

María, Madre de Dios, tú siempre has estado con el Señor y siempre, con tus actos y obras nos has hablado en silencio. Nos has hablado de Él. María, Madre de Dios y Madre nuestra, llévanos a la presencia de tu Hijo. Amén.

JUNTO A MARÍA Y JOSÉ, LA SAGRADA FAMILIA, BRINDAMOS POR TODAS LAS FAMILIA Y, DE SU MANO, PEDIMOS QUE INTERCEDA EN ESTE NUEVO AÑO POR TODAS LAS FAMILIAS, LA UNIDAD Y LA DEFENSA DE LA VIDA. AMÉN.

28 de diciembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy nos habla el Papa de la fe de Abrahán. Es modelo de creyente, porque la fe se mide en los momentos de zozobra, de dificultades, de riesgos y hasta de muerte. Fe que están testimoniando nuestros hermanos sirios y muchos otros. Nunca podremos decir que tenemos fe si, antes, no la hemos experimentado y sostenido en los momentos de riesgos y contradicciones.

Porque la fe es fe cuando crees a pesar de que no se corresponda con lo que tú piensas, con lo que tú esperas y como a ti te gusta. Así sucedió con María. Su proyecto no coincidía con el de Dios, pero ella dijo "Sí"; también ocurrió con José, con Abrahán y con todos. ¿Te sucede a ti lo mismo? Pidamos, unidos al Sumo Pontífice, que nuestra fe sea como la de María, Abrahán, José y muchos otros.




PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de diciembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas

Abrahán es modelo de fe y de esperanza: «creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones». Creyó en la palabra de Dios que sería padre, aun cuando pareciera imposible, porque él era anciano y su mujer estéril. Su fe se abrió a una esperanza que parecía absurda, pero así es la esperanza, sorprende y abre horizontes, nos hace soñar lo inimaginable, y lo realiza.

El desaliento y la frustración también llegaron a la vida de Abrahán. Él veía pasar el tiempo y la promesa hecha por Dios seguía sin cumplirse, aunque Dios ratificaba una y otra vez su promesa. A Abrahán lo único que le quedaba era confiar en la Palabra del Señor y seguir esperando.
Pero Dios le dio un signo y le dijo: «mira el cielo y cuenta las estrellas […] así será tu descendencia». Para creer, es necesario saber mirar con los ojos de la fe; a simple vista eran sólo estrellas, pero para Abrahán eran signo de la fidelidad de Dios.
* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los animo a confiar en el Señor, como lo hizo Abrahán, para que salgamos de nosotros y descubramos su promesa en cada signo y acontecimiento que nos toca vivir. Les deseo un año nuevo lleno de la gracia y la bendición de Dios.

24 de diciembre de 2016

¿CÓMO HABLAR DE MARÍA?

Cuando Cristina Llano me sugirió escribir semanalmente sobre María, mi perplejidad fue manifiesta. Sí, es verdad que hago reflexiones sobre el Evangelio de cada día, pero desde la perspectiva y óptica de tu propia vivencia personal. Y, sobre todo, confiado y apoyado en la acción del Espíritu Santo que nos asiste y nos dirige, y al cual me abandono desde mi humilde pobreza.

Pero hablar de María, la Madre de Dios, no es lo mismo. Implica conocerla y en el Evangelio no destaca por sus frecuentes apariciones. Así que, sin negarme, le expresé esa dificultad que no sabía cómo solucionar. Sin embargo, confiado en su amparo y en el Espíritu Santo, acepté la invitación e inicié la aventura, no sin considerarlo un atrevimiento bien intencionado.

Tengo que manifestar que yo no era muy devoto ni admirador de la Virgen María. En mi pasado hay pocas alusiones a la Virgen y no me experimentaba devoto ni admirador. Eso no excluye mi respeto y devoción como Madre de Dios. Jesús era, es  y será lo importante, y María, simplemente su Madre. Y así es, pero en estas reflexiones, porque lo que hago es reflexionar, sobre las actitudes de María ante la respuesta a la llamada del Señor, y su papel de corredentora en la obra salvífica, me han ido dando otra visión de María.

Posiblemente por la acción del Espíritu Santo he ido apreciando y saboreando el papel mediador que María ocupa y realiza en el Plan de salvación de Dios para todos los hombres. Tengo que confesar que María, sin apenas hacer ruido, me ha ido enseñando el camino para llegar a su Hijo. Tengo que confesar que María es la criatura más hermosa de este mundo. Una belleza Inmaculada llena de virtudes y generosidad.

Tengo que confesar que María es la Madre de Dios, y fue elegida porque con su humildad, pobreza y buenas intenciones, llena de amor y generosidad, abrió su corazón y permitió la obra del Espíritu Santo en ella. Tengo que confesar que, María, me ha enseñado a preparar la venida del Niño Dios, sin palabras sino con humildad y amor; con sencillez y pobreza; con generosidad y alegría, pero sobre todo con "disponibilidad". María es la Madre abierta y disponible para dejar que Dios, como Infinito y Omnipotente Alfarero, realice en ella, llenándola de Gracia, la transformación de convertirla en la verdadera Madre de Dios.

María, intercede por nosotros y llevándonos de tu mano generosa y humilde, muéstranos el camino de nuestra disponibilidad para, como tú, dejarnos modelar por la Gracia del Espíritu Santo. Amén.

22 de diciembre de 2016

FELIZ NAVIDAD

A todos los Blogueros con el Papa y de parte de Blogueros con el Papa deseamos una hermosa, feliz y fecunda Navidad, que en cada blog, en cada página y red social, se siga transmitiendo el mensaje de amor, de paz, de esperanza de la Iglesia y del Papa Francisco.
Que este año que está por empezar esté lleno de frutos, de fidelidad al Magisterio de la Iglesia y del Papa, que haya concordia y buenos propósitos para seguir adelante en la Evangelización y toda buena obra que nos una y nos acerque cada vez más al Señor Dios que viene.

¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!!   ¡¡¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!!! PARA TÍ Y PARA TODA TU FAMILIA.

21 de diciembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Un mundo sin esperanza no se puede concebir. Sucede que el hombre pone sus esperanzas en cosas caducas y que tienen un tiempo de esperanza corto y finito. Son esperanzas muy limitadas que no llenan plenamente el ansia de plenitud y eternidad que el hombre guarda en su corazón. El hombre ciego por su egoísmo y soberbia, se pierde el gozo y la alegría de vivir en la Esperanza que el Niño Dios nos trae al tomar la naturaleza humana y hacerse hombre.

El Papa Francisco nos trae hoy esta reflexión llena de esperanza y gozo en la alegría del nacimiento. Un nacimiento pobre, pequeño y en un pueblo insignificante. Un nacimiento sin ruidos pero inmensamente lleno de esperanza. Esperanza para aquellos que experimentándose pobres esperan en el cumplimiento de salvación eterna que nos trae el Niño Dios. Reflexionemos pacientemente lo que el Papa nos dice.





PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 21 de diciembre de 2016


En las catequesis de los miércoles estamos reflexionando sobre el tema de la esperanza. Hoy, a pocos días de la Navidad, contemplamos la Encarnación del Hijo de Dios, que marca el momento concreto en que la esperanza entró en el mundoDios se despoja de su divinidad y se acerca a su pueblo, manifestando su fidelidad y ofreciendo a la humanidad la vida eterna.

El nacimiento de Jesús, nos trae una esperanza segura, una esperanza visible y evidente, que tiene su fundamento en Dios mismo. Jesús, entrando en el mundo, nos da fuerza para caminar con él hacia la plenitud de la vida y vivir el presente de un modo nuevo.

El pesebre que preparamos en nuestras casas nos habla de este gran misterio de esperanza. Dios elige nacer en Belén, que es un pueblito insignificante. Allí, en la pobreza de una gruta, María, Madre de la esperanza, da a luz al Redentor. Junto a ella está José, el hombre justo que confía en la palabra del Señor; los pastores, que representan a los pobres y sencillos, que esperan en el cumplimiento de las promesas de Dios, y también los ángeles cantando la gloria del Señor y la salvación que se realiza en este Niño. Dios siempre escoge lo pequeño, lo que no cuenta, para enseñarnos la grandeza de su humildad.



Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Que por intercesión de la Virgen y de san José, la contemplación del misterio de la Navidad nos ayude a recibir a Jesús en nuestra vida, y podamos ser humildes colaboradores en la venida de su Reino, Reino de amor, de justicia y de paz. Feliz Navidad, llena de esperanza para todos.


17 de diciembre de 2016

MARÍA, FIEL HASTA LA CRUZ


No es nada fácil perseverar, y mucho menos cuando el camino se pone adverso, duro y contrario a la dirección que uno lleva. Difícil seguir cuando las circunstancias no parecen corresponderse con lo propuesto e indicado. María tuvo que confiar, superando las adversidades y obstáculos, en lo anunciado por el Ángel Gabriel.

María sigue fiel ante la adversidad. Nos sería fácil pensar que todo le fue dado en gracia y que así no sería difícil seguir la Voluntad de Dios, pero nada más lejos de la realidad. María no encontró un camino recto ni sencillo. María tuvo que luchar contra el sin sentido y la adversidad. Todo se puso difícil desde el principio. ¿Cómo explicar a José lo que ocurría? ¿Como justificar su embarazo misterioso? ¿No era lo lógico ponerse en rebeldía? ¿No era lógico protestar y negarse ante tal camino y vicisitudes?

¿Y tú o yo? ¿Qué hubiésemos hecho? ¿No exigiríamos a Dios protección y facilidades?  Mejor, ¿ no es que se la estamos exigiendo? O planteado de otra forma, ¿siguiriámos adelante aceptando el Plan de Dios viendo y experimentando que el camino se tuerce y se pone difícil? Supongo que tratando de ser sincero y realista, al menos yo, le hubiese dicho que no al Señor. Y es ahí donde descubro el mérito del "Sí" de María. Porque el Sí es valioso cuando las circunstancias son adversas. Porque el amor es verdadero amor cuando ama en la adversidad.

María aplasta, con su Sí obediente y perseverante, confiada en la Palabra de Dios, a la serpiente endemoniada que engañó a Eva y manchó también al hombre con el pecado original. María, fiel y firme, perseverando hasta el momento de la Cruz, nos anima y nos señala el camino del Adviento. Un camino de espera, de austeridad, de firmeza, de esperanza y de sacrificio, porque de ese acontecimiento nos viene la Luz que nos traerá la salvación. Y Ella es su morada, donde la Luz se hace carne para alumbrar a todos los hombres.

FELICIDADES SANTO PADRE FRANCISCO

Blogueros con el Papa se une a la alegría y oración de la Iglesia y todo el mundo por el cumpleaños del Papa Francisco,  con gratitud por su enseñanza y cercanía, por su manera de transmitirnos el amor misericordioso de Dios, por dar cada día una inspiración para ser mejores cristianos, por todo lo recorrido junto a él.... MUCHAS FELICIDADES SANTO PADRE FRANCISCO QUE EL SEÑOR LE CONCEDA SIEMPRE SU AMOR Y SU PAZ.............. BENDITO SEA.

15 de diciembre de 2016

EN ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR EL PAPA FRANCISCO


 Iniciamos un triduo en el que Blogueros con el Papa, desea estar en Adoración, cada uno, en su localidad, procurando la oración ante el Santísimo Sacramento,  desde hoy jueves eucarístico, 15 de diciembre hasta el día 17 para pedir por el Papa Francisco que celebra su cumpleaños. ¿te unes?
Recuerda que él siempre nos pide una oración, que mejor que hacerla ante Jesús Sacramentado.

14 de diciembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Realmente el mundo se llena de esperanza cuando despertamos y abrimos nuestros ojos a la presencia de Dios entre nosotros. Un Niño nos va a nacer, pero no un niño cualquiera, sino el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el enviado para la salvación de todos los hombres.

Y ese Niño Dios nace dentro de nosotros cuando abrimos los ojos de nuestro corazón para ver a Dios en un mundo oscuro, de egoísmos y de muertes, y alumbrarlo con nuestra presencia viviendo en la presencia del Dios. Un mundo donde aportamos nuestra alegría, nuestra paz, nuestras buenas intenciones, nuestro bien hacer y nuestras obras revestidas de verdad, justicia y paz. Un mundo al que, como nos dice el Papa Francisco hoy, anunciamos el Niño Dios, que nace en nuestros corazones si los abrimos y le hacemos hueco para que viva dentro de nosotros.





PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de diciembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

Con las palabras de Isaías nos preparamos a celebrar la fiesta de la Navidad. El Profeta nos ayuda a abrirnos a la esperanza y a acoger la Buena noticia de la Salvación con un canto de alegría, porque el Señor ya está cerca.

La presencia de Dios en medio de su pueblo, entre los pequeños, en las realidades adversas o cuando llega la tentación de pensar que ya nada tiene sentido, se convierte en esta presencia portadora de libertad y de paz. Por eso son hermosos los pies de aquel que corre a anunciar esto a sus hermanos, porque ha comprendido la urgencia de este anuncio para un mundo que necesita a Dios.

Del mismo modo, nosotros estamos llamados, ante el misterio del Niño Dios en Belén, a darnos cuenta de esta urgencia y a colaborar a la venida del Reino de Dios, que es luz y que debe llegar a todos. Como el mensajero sobre los montes, también nosotros tenemos que correr para llevar la buena noticia de la cercanía de Dios a una humanidad que no puede esperar, y que tiene sed de justicia, de verdad y de paz.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los invito, en este tiempo de Adviento, a preparar el corazón, para acoger toda la pequeñez, toda la maravilla, toda la sorpresa de un Dios que abandona su grandeza, y se hace pobre y débil para estar cerca de cada uno de nosotros. Muchas gracias.


10 de diciembre de 2016

MARÍA, MORADA DE DIOS

María fue la elegida. Indudablemente cumple con las condiciones que Dios exige, sencillez, pequeñez y, por lo tanto, humildad. y por esa razón, María es elegida morada de Dios.

María es tierra fértil donde Dios planta su semilla y da frutos. Su seno es elegido para que la Gracia de Dios se encarne en Naturaleza Humana, que hecho Hombre habita entre los hombres. En María Dios se hace presente y hace presente también el Reino de Dios entre los hombres.

También Dios tiene pensado un proyecto para ti y para mí, pero necesita tu respuesta. Posiblemente nos consulte y nos envíe su mensajero. ¿Estamos nosotros pendiente y atentos a recibirle? Será cuestión de poner toda nuestra atención y escucha. Sera cuestión de abonar nuestra tierra y prepararla para que el Señor la fecunde y la cultive. En María podemos aprender mucho de esto.

Pero, María tiene un proyecto. Un proyecto humano, desposada con José, un hombre de la casa de David, con el que va a casarse. Un proyecto como quizás tengas tú también ahora. Quizás, si eres joven, piensas formar una familia; un proyecto de trabajo, o, quizás, un proyecto de jubilado para pasar los últimos años de tu vida. A María le cambió Dios su proyecto, un proyecto de proporciones divinas, y María lo aceptó. 

¿Estás tú también dispuesto a abrirte a lo que Dios quiere de ti? ¿Quieres dejarte revestir de ese traje divino que Dios te propone? Esa es la cuestión. Mirar a María es también actuar como María. Quizás nos ocurra a nosotros también qué no conocemos cómo y qué hacer. Pero, quizás, también se nos responda que confiemos en la acción del Espíritu Santo. Dejémonos invadir por Él y que sea Él quien nos dirija como sucedió con María.

Pongamos nuestros proyectos en las Manos del Espíritu de Dios. Abramos nuestro corazón, como María, y respondamos al Señor que queremos dejarnos revestir de Espíritu Santo. Él sabrá qué y cómo hacer para que nuestra tierra sea, preñada del Espíritu, fértil y dé frutos según la Voluntad de Dios. 

Gracias María, Madre de Dios. Gracias por tu disponibilidad y tu respuesta decidida a ser la corredentora, por obra del Espíritu Santo, de la acción salvadora de tu Hijo, nuestro Señor Jesús, para todos los hombres. Alúmbranos para que, siguiéndote a ti, encontremos a tu Hijo, nuestro Señor, y, por su amor seamos liberados de la esclavitud del pecado.

7 de diciembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Una voz grita: "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale (Isaías 40, 1-11). Juan el Bautista nos alerta y nos llama a esa preparación de conversión.

Vivimos en la esperanza de construir un mundo de verdad y justicia. Un mundo donde la vida sea fuente de paz y alegría y de gozo eterno. Un mundo que vislumbra un horizonte que nos llena e invade de felicidad. Y, para eso, nos dice el Papa Francisco, necesitamos hacernos pequeños y humildes, para dejar que la Mano de Dios actúe sobre nosotros y nos sacie de Felicidad Eterna.








PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 7 de diciembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos una nueva serie de catequesis sobre la esperanza cristiana. En esta primera reflexión, el profeta Isaías nos invita a llevar el consuelo de Dios a nuestros hermanos. Isaías le está hablando a un pueblo en el exilio y le presenta la posibilidad de regresar a su hogar, que en definitiva es volver a Dios. Para ello hay que eliminar los obstáculos que nos detienen, preparar un camino llano y ancho, un camino de liberación y esperanza que se extiende por el desierto.
San Juan Bautista, retomando las palabras de Isaías, nos llama a la conversión, para que abramos un camino de esperanza en nuestros corazones.

El cristiano necesita hacerse pequeño para este mundo, como lo fueron los personajes del Evangelio de la infancia: María y José, Zacarías e Isabel, o los pastores. Eran insignificantes para los grandes y poderosos de entonces, pero sus vidas estaban llenas de esperanza, abiertas a la consolación de Dios.

Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor la gracia de trasformar el desierto de nuestra vida, de nuestro sufrimiento y de nuestra soledad, en un camino llano que nos lleve al encuentro con el Señor y con los hermanos. Dios los bendiga.

3 de diciembre de 2016

LA VIRGEN, MADRE PERSEVERANTE

María es figura de perseverancia porque cumple la Voluntad del Padre desde el principio de su elección. María acepta en su humildad el camino que Dios le propone. Y no entiende en muchos momentos los vericuetos que tienen que sortear y atravesar. A pesar de tantos obstáculos y sorpresas desagradables, María sigue el camino y persevera.

Imaginar la invitación de José a María para salir corriendo para Egipto, parece fácil de ordenar, pero podemos imaginar cómo María podía tomar esas decisiones y cómo las daba José. Levantar el vuelo no es cosa fácil ni agradable. Sin embargo, María y José, a pesar de las inclemencias del tiempo y el riesgo de los peligros del camino, huyeron con el niño a Egipto. No hay otra explicación que se sostenga sino la fe y la perseverancia de ambos, más en este caso, de María.

María persevera contra viento y marea. Y avisado en sueño José, regresan a Nazaret, Mt 2, 22. Y María obedece y persevera observando los primeros pasos de su Hijo Jesús. Y también en los momentos de su nacimiento, José y María son visitados por los pastores, y María, sorprendida por lo que decían, guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón, Lc 2, 19.

Nos dice el Evangelio “y las meditaba en su corazón”. María perseveraba meditando todo lo que iba viviendo, desde la fe y docilidad a la Palabra de Dios. Y perseveraba a pesar de sus incomprensiones  y dificultades. Madre, enséñanos también a nosotros a guardar nuestras dudas e incomprensiones meditándolas en nuestros corazones. Madre, Virgen de la perseverancia, intercede por nosotros y contágianos de tu perseverancia para que no desfallezcamos y sigamos firmes en el camino.

María no entiende muchas cosas. Entre otras está la respuesta que le da su Hijo cuando lo encuentran en el templo Lc 2, 49. Y, tanto José como María no entendían la respuesta de Jesús. Sin embargo, María persevera en silencio y entregada al Plan de Dios. Nos paramos y ante el testimonio perseverante de la Virgen, nos miramos para, junta a ella, ponernos en Manos del Espíritu Santo y pedirle que nos ayude también a nosotros a responder, como la Virgen, con la perseverancia de quienes, a pesar de las dificultades, sabernos guiados y asistidos por el Espíritu de Dios.

María, Madre de la perseverancia, cuídanos y protégenos ante los peligros y adversidades del camino y, junto a ti, Madre, que perseveras, acompáñanos hasta la cruz de nuestra vida, para que, como tú, perseveremos y compartamos nuestra muerte en y para el Señor.

Por los méritos de tu asunción,
consíguenos la santa perseverancia
en la amistad divina para que
salgamos finalmente de este mundo
en la gracia de Dios
y así podamos llegar un día
a besar tus plantas en el paraíso
y, unidos a los bienaventurados,
alabar y cantar tus glorias
como lo mereces. Amén

- la siguiente oración es un extracto que corresponde
 al maravilloso libro de San Alfonso María 
de Ligorio "Las Glorias de María"

1 de diciembre de 2016

INTENCIONES DE ORACIÓN MES DE DICIEMBRE

En este último mes del Año 2016, las oraciones se dirigen al Continente donde se desarrolló la cultura cristiana y que hoy por hoy, quiere alejarse de sus raíces cristianas, pero con nuestras oraciones y la gracia de Dios confiamos en que los pueblos europeos serán fieles testimonios de la vida de Cristo.
Oramos también por las injusticias enormes de que son víctimas los niños al ser llevados a la guerra y enseñarles lo peor de la naturaleza humana.

30 de noviembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

No sabemos cómo será, ni tampoco cuando. Pero sabemos que en la hora de nuestra muerte, que cierto que llegará, nos reuniremos con el Señor. Y eso esperamos porque Jesús nos lo ha prometido. Y su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Por eso, rezamos por nuestros difuntos, esperanzados en que estén con el Padre. Por eso, también rezamos por nosotros, para que podamos, por la Palabra de nuestro Señor Jesús, podamos reunirnos con ellos.

Hermosa lección de esperanza y confianza que nuestro Papa Francisco nos da hoy y nos recuerda avivando nuestra esperanza y confianza en el Señor. Vivamos con esa esperanza estas hermosas obras de misericordia que el Papa Francisco nos muestras. No nos preocupemos por entender, sino confiemos en Aquel que nos lo ha prometido y ha Resucitado.




PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 30 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

Concluimos este ciclo de catequesis reflexionando sobre dos obras de misericordia: una espiritual que pide rogar a Dios por vivos y difuntos, y otra corporal que invita a enterrar a los muertos.

Para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad y de fe, pues esperamos en «la resurrección de la carne». Durante la Eucaristía confiamos a los difuntos a la misericordia de Dios con un recuerdo sencillo pero lleno de significado. Rezamos para que estén con él en el paraíso, con la esperanza de que un día también nosotros nos encontremos con ellos en este misterio de amor que, si bien no comprendemos plenamente, sabemos que es verdad porque Jesús nos lo ha prometido.

Este recuerdo de rogar por los difuntos está unido también al de rogar por los vivos, que junto con nosotros cada día enfrentan las dificultades de la vida. Todos, vivos y difuntos, estamos en comunión; en esa comunidad de quienes han recibido el bautismo, se han nutrido del Cuerpo de Cristo y hacen parte de la gran familia de Dios.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los invito a rezar unos por otros para que las obras de misericordia corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de nuestra vida. Muchas gracias.

26 de noviembre de 2016

MARÍA, LA QUE ESCUCHA LA PALABRA DE DIOS

Uno de los fundamentos del saber es escuchar, porque por la escucha entra el conocimiento y la sabiduría. Todo saber ha sido previamente escuchado, rumiado y reflexionado. Bien exteriormente como interiormente. De ahí que, leer, conocer y, sobre todo, reflexionar y meditar son condiciones fundamentales para discernir bien lo que el Señor nos dice con su Palabra.

María es Madre de Dios porque escucha dócilmente su Palabra. Y la escucha interiormente como exteriormente. Pero, también, escucha la Palabra del Hijo, a quien prestó su vientre por Voluntad del Padre, para que se cumpliera su Voluntad: “Hágase en mí según su Palabra”.

María es la gran escuchante que se abre a la acción del Espíritu Santo, y que guarda silenciosamente todas sus dudas o tribulaciones en su corazón. Es la paciente que escucha y confía en el Señor. María se fía de la Palabra del Padre, y se abandona en su Voluntad. Aprendamos de María a saber escuchar. Aprendamos, escuchando a comprender y servir. Aprendamos, como María, a madurar en el silencio de nuestra escucha y a disponer nuestra actitud de entrega, servicio y amor. Pero, sobre todo, a esperar pacientemente a la acción del Espíritu que nos asiste e ilumina.

No se es madre ni padre si no se aprende a escuchar. Porque sólo aquel o aquella que escucha al prójimo, podrá también a aprender y a saber escuchar a Dios. Lo mismo ocurre con el amor. Si no amas al prójimo, ¿cómo vas a amar a Dios?

Descubramos la actitud de escucha de María, nuestra Madre, y como ella y de ella, aprendamos a saber escuchar y guardar en nuestro interior todas aquellas dudas, tribulaciones e interrogantes que, con la escucha paciente de la Palabra de Dios, y en el Espíritu Santo, se nos ilumina el corazón.

Pero no nos quedemos sólo en esa actitud de escucha, sino que, como hijos, pidamos su intercesión y su mediación para ser revestidos de esa actitud paciente y serena de escuchar y discernir los caminos de nuestra vida para recorrerlos tal y como la Palabra de Dios nos indica y sugiere. Cogidos de la mano y protegidos por su manto, caminemos junto a María, la Madre, para que nuestra escucha sea atenta, vigilante y perseverante.

23 de noviembre de 2016

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Dar buen consejo y enseñar al que no sabe son dos obras de misericordia, nos dice hoy el Papa Francisco, que son muy necesarias, y como tales, obras de misericordia. Pero, enseñar exige conocer, pero también experimentar. Sólo conoce aquel que sabiéndolo lo experimenta. Eso es muy relacionado con el testimonio y la vivencia.

La catequesis no es una clase más, sino una experiencia de tu fe y la que la comparten viviéndola. Porque la fe se va haciendo realidad en la medida que tú, al oírla y conocerla, empiezas a compartirla en tu propia vida. Démonos como nos dice el Papa en dar buenos consejos y enseñar bebiendo, en el Espíritu Santo, de la Palabra de Dios.






PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 23 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

La catequesis de hoy está dedicada a dos obras de misericordia muy relacionadas entre sí: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. La falta de instrucción es una grave injusticia que atenta contra la dignidad de las personas. Cuántas personas y sobre todo niños, a causa del analfabetismo, caen víctimas de la explotación y de otras lacras sociales. La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de comprometerse en el campo de la enseñanza para cumplir su misión de evangelización. Muchos santos han consagrado su vida a la educación de los más desfavorecidos, sabiendo que ese es el camino para superar la miseria y la discriminación.

“Dar buen consejo al que lo necesita” es un verdadero acto de amor hacia las personas que están desorientadas o tienen dudas. Todos podemos tener en algún momento dudas sobre la fe. La escucha de la Palabra de Dios y la catequesis nos ayudan a superar esas dudas. Pero además es importante concretar la fe en nuestra vida, para que no se convierta en algo teórico y abstracto. Cuando practicamos la fe, sirviendo a los hermanos y especialmente a los más necesitados, entonces muchas dudas desaparecen porque sentimos la presencia de Dios que nos ama.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a tener un corazón atento a las necesidades de las personas que nos rodean, para que también ellas puedan experimentar el amor que Dios les tiene. Muchas gracias.

DOS FRAGMENTOS DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS


En el libro del profeta Isaías encontramos, en su inicio y casi al final, dos textos que nos iluminan de una manera concreta y práctica, de cual es la Misericordia que Dios quiere.
El primero de ellos está en el primer capítulo. Dios, por medio de Isaías, sorprende diciendo “estoy harto de holocaustos… no quiero más sangre”.
Pero… ¿qué no era eso lo que Dios quería? 
Y Dios sigue “no me traigáis vanas ofrendas”.
Entonces… ¿Qué es lo que Dios quiere?
Él mismo responde:
“¡aprended a hacer el bien… socorred al oprimido!
Como si de un texto paralelo se tratara, aquello que en el cap. 1 ocurre con el culto en el cap. 58 sucede con el ayuno.
Dios lanza una grave acusación respecto de un ayuno revestido de religiosidad y respetabilidad pero que es falso: “el mismo día en que ayunáis, maltratáis a vuestros criados”.
Y pregunta: “¿Es este acaso el ayuno que yo amo?”.
Y nos podemos volver a preguntar: ¿Cómo es que Dios no está contento? ¿Qué quiere Dios?
Y Él vuelve a contestar:
“Este es el ayuno que yo amo: soltar las cadenas injustas, dejar en libertad a los oprimidos, compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo” .
¡Vaya, si está hablando de las obras de Misericordia!
Bien concreto y bien práctico, sin quedarse en simples teorías, en falsos cultos y ayunos.
Con esta entrada acaba la serie de artículos sobre la Misericordia en el Antiguo Testamento. Pero seguimos... A partir de la próxima entrada de este curso trataremos de la Misericordia en los Evangelios
Y muy pronto la primera entrada del curso sobre el Ministerio Petrino que ya anunciamos en una entrada anterior
QUIQUE FERNÁNDEZ

22 de noviembre de 2016

21 de noviembre de 2016

CARTA APOSTÓLICA "MISERICORDIA Y PAZ" DEL PAPA FRANCISCO.

a cuantos leerán esta Carta Apostólica misericordia y paz

Misericordia et misera son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8,1-11). No podía encontrar una expresión más bella y coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: «Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia».1 Cuánta piedad y justicia divina hay en este episodio. Su enseñanza viene a iluminar la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia e indica, además, el camino que estamos llamados a seguir en el futuro.

1. Esta página del Evangelio puede ser asumida, con todo derecho, como imagen de lo que hemos celebrado en el Año Santo, un tiempo rico de misericordia, que pide ser siempre celebrada y vivida en nuestras comunidades. En efecto, la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre.

Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley, juzgad merecedora de la lapidación; él, que con su predicación y el don total de sí mismo, que lo llevará hasta la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo. En este relato evangélico, sin embargo, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido el deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor. Por parte de Jesús, ningún juicio que no esté marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno (cf. Jn 8,9).

Y después de ese silencio, Jesús dice: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? [...] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (vv. 10-11). De este modo la ayuda a mirar el futuro con esperanza y a estar lista para encaminar nuevamente su vida; de ahora en adelante, si lo querrá, podrá «caminar en la caridad» (cf. Ef 5,2). Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera.

2. Jesús lo había enseñado con claridad en otro momento cuando, invitado a comer por un fariseo, se le había acercado una mujer conocida por todos como pecadora (cf. Lc 7,36-50). Ella había ungido con perfume los pies de Jesús, los había bañado con sus lágrimas y secado con sus cabellos (cf. vv. 37-38). A la reacción escandalizada del fariseo, Jesús responde: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco» (v. 47).

El perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su vida terrena, mientras estaba siendo crucificado, Jesús tiene palabras de perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido. No podemos correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la vida de cada persona.

La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Así se manifiesta su misterio divino. Dios es misericordioso (cf. Ex 34,6), su misericordia dura por siempre (cf. Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma, dándole su misma vida.

3. Cuánta alegría ha brotado en el corazón de estas dos mujeres, la adúltera y la pecadora. El perdón ha hecho que se sintieran al fin más libres y felices que nunca. Las lágrimas de vergüenza y de dolor se han transformado en la sonrisa de quien se sabe amado. La misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se trasparenta en nosotros cada vez que la experimentamos. En su origen está el amor con el cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo que nos envuelve, para hacernos también a nosotros instrumentos de misericordia.

Qué significativas son, también para nosotros, las antiguas palabras que guiaban a los primeros cristianos: «Revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza [...] Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría».2 Experimentar la misericordia produce alegría. No permitamos que las aflicciones y preocupaciones nos la quiten; que permanezca bien arraigada en nuestro corazón y nos ayude a mirar siempre con serenidad la vida cotidiana.

En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes. En efecto, el futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella. Hay mucha necesidad de reconocer la alegría que se revela en el corazón que ha sido tocado por la misericordia. Hagamos nuestras, por tanto, las palabras del Apóstol: «Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4,4; cf. 1 Ts 5,16).

4. Hemos celebrado un Año intenso, en el que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia. Como un viento impetuoso y saludable, la bondad y la misericordia se han esparcido por el mundo entero. Y delante de esta mirada amorosa de Dios, que de manera tan prolongada se ha posado sobre cada uno de nosotros, no podemos permanecer indiferentes, porque ella cambia la vida.

Sentimos la necesidad, ante todo, de dar gracias al Señor y decirle: «Has sido bueno, Señor, con tu tierra [...]. Has perdonado la culpa de tu pueblo» (Sal 85,2-3). Así es: Dios ha destruido nuestras culpas y ha arrojado nuestros pecados a lo hondo del mar (cf. Mi 7,19); no los recuerda más, se los ha echado a la espalda (cf. Is 38,17); como dista el oriente del ocaso, así aparta de nosotros nuestros pecados (cf. Sal 103,12).

En este Año Santo la Iglesia ha sabido ponerse a la escucha y ha experimentado con gran intensidad la presencia y cercanía del Padre, que mediante la obra del Espíritu Santo le ha hecho más evidente el don y el mandato de Jesús sobre el perdón. Ha sido realmente una nueva visita del Señor en medio de nosotros. Hemos percibido cómo su soplo vital se difundía por la Iglesia y, una vez más, sus palabras han indicado la misión: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22- 23).

5. Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo, la riqueza de la misericordia divina. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral», que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia. No limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva.

En primer lugar estamos llamados a celebrar la misericordia. Cuánta riqueza contiene la oración de la Iglesia cuando invoca a Dios como Padre misericordioso. En la liturgia, la misericordia no sólo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive. Desde el inicio hasta el final de la celebración eucarística, la misericordia aparece varias veces en el diálogo entre la asamblea orante y el corazón del Padre, que se alegra cada vez que puede derramar su amor misericordioso. Después de la súplica de perdón inicial, con la invocación «Señor, ten piedad», somos inmediatamente confortados: «Dios omnipotente tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Con esta confianza la comunidad se reúne en la presencia del Señor, especialmente en el día santo de la resurrección. Muchas oraciones «colectas» se refieren al gran don de la misericordia.

En el periodo de Cuaresma, por ejemplo, oramos diciendo: «Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, qué aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados; mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas». Después nos sumergimos en la gran plegaria eucarística con el prefacio que proclama: «Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso que no sólo nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que en todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el pecado». Además, la plegaria eucarística cuarta es un himno a la misericordia de Dios: «Compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». «Ten misericordia de todos nosotros», es la súplica apremiante que realiza el sacerdote, para implorar la participación en la vida eterna. Después del Padrenuestro, el sacerdote prolonga la plegaria invocando la paz y la liberación del pecado gracias a la «ayuda de su misericordia». Y antes del signo de la paz, que se da como expresión de fraternidad y de amor recíproco a la luz del perdón recibido, él ora de nuevo diciendo: «No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia». Mediante estas palabras, pedimos con humilde confianza el don de la unidad y de la paz para la santa Madre Iglesia. La celebración de la misericordia divina culmina en el Sacrificio eucarístico, memorial del misterio pascual de Cristo, del que brota la salvación para cada ser humano, para la historia y para el mundo entero. En resumen, cada momento de la celebración eucarística está referido a la misericordia de Dios.

En toda la vida sacramental la misericordia se nos da en abundancia. Es muy relevante el hecho de que la Iglesia haya querido mencionar explícitamente la misericordia en la fórmula de los dos sacramentos llamados «de sanación», es decir, la Reconciliación y la Unción de los enfermos. La fórmula de la absolución dice: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz»; y la de la Unción reza así: «Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo». Así, en la oración de la Iglesia la referencia a la misericordia, lejos de ser solamente parenética, es altamente performativa, es decir que, mientras la invocamos con fe, nos viene concedida; mientras la confesamos viva y real, nos transforma verdaderamente. Este es un aspecto fundamental de nuestra fe, que debemos conservar en toda su originalidad: antes que el pecado, tenemos la revelación del amor con el que Dios ha creado el mundo y los seres humanos. El amor es el primer acto con el que Dios se da a conocer y viene a nuestro encuentro. Por tanto, abramos el corazón a la confianza de ser amados por Dios. Su amor nos precede siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestro pecado.

6. En este contexto, la escucha de la Palabra de Dios asume también un significado particular. Cada domingo, la Palabra de Dios es proclamada en la comunidad cristiana para que el día del Señor se ilumine con la luz que proviene del misterio pascual.10 En la celebración eucarística asistimos a un verdadero diálogo entre Dios y su pueblo. En la proclamación de las lecturas bíblicas, se recorre la historia de nuestra salvación como una incesante obra de misericordia que se nos anuncia. Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos, se «entretiene» con nosotros, para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero de la vida. Su Palabra se hace intérprete de nuestras peticiones y preocupaciones, y es también respuesta fecunda para que podamos experimentar concretamente su cercanía. Qué importante es la homilía, en la que «la verdad va de la mano de la belleza y del bien», para que el corazón de los creyentes vibre ante la grandeza de la misericordia. Recomiendo mucho la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación. Ella será tanto más fructuosa, cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor. Comunicar la certeza de que Dios nos ama no es un ejercicio retórico, sino condición de credibilidad del propio sacerdocio. Vivir la misericordia es el camino seguro para que ella llegue a ser verdadero anuncio de consolación y de conversión en la vida pastoral. La homilía, como también la catequesis, ha de estar siempre sostenida por este corazón palpitante de la vida cristiana.

7. La Biblia es la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios. Cada una de sus páginas está impregnada del amor del Padre que desde la creación ha querido imprimir en el universo los signos de su amor. El Espíritu Santo, a través de las palabras de los profetas y de los escritos sapienciales, ha modelado la historia de Israel con el reconocimiento de la ternura y de la cercanía de Dios, a pesar de la infidelidad del pueblo. La vida de Jesús y su predicación marcan de manera decisiva la historia de la comunidad cristiana, que entiende la propia misión como respuesta al mandato de Cristo de ser instrumento permanente de su misericordia y de su perdón (cf. Jn 20,23). Por medio de la Sagrada Escritura, que se mantiene viva gracias a la fe de la Iglesia, el Señor continúa hablando a su Esposa y le indica los caminos a seguir, para que el Evangelio de la salvación llegue a todos. Deseo vivamente que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia. Lo recuerda claramente el Apóstol: «Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia» (2 Tm 3,16).

Sería oportuno que cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo.

Habría que enriquecer ese momento con iniciativas creativas, que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra. Ciertamente, entre esas iniciativas tendrá que estar la difusión más amplia de la lectio divina, para que, a través de la lectura orante del texto sagrado, la vida espiritual se fortalezca y crezca.

La lectio divina sobre los temas de la misericordia permitirá comprobar cuánta riqueza hay en el texto sagrado, que leído a la luz de la entera tradición espiritual de la Iglesia, desembocará necesariamente en gestos y obras concretas de caridad.

8. La celebración de la misericordia tiene lugar de modo especial en el Sacramento de la Reconciliación. Es el momento en el que sentimos el abrazo del Padre que sale a nuestro encuentro para restituirnos de nuevo la gracia de ser sus hijos. Somos pecadores y cargamos con el peso de la contradicción entre lo que queremos hacer y lo que, en cambio, hacemos (cf. Rm 7,14-21); la gracia, sin embargo, nos precede siempre y adopta el rostro de la misericordia que se realiza eficazmente con la reconciliación y el perdón. Dios hace que comprendamos su inmenso amor justamente ante nuestra condición de pecadores. La gracia es más fuerte y supera cualquier posible resistencia, porque el amor todo lo puede (cf. 1 Co 13,7).

En el Sacramento del Perdón, Dios muestra la vía de la conversión hacia él, y nos invita a experimentar de nuevo su cercanía. Es un perdón que se obtiene, ante todo, empezando por vivir la caridad. Lo recuerda también el apóstol Pedro cuando escribe que «el amor cubre la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Sólo Dios perdona los pecados, pero quiere que también nosotros estemos dispuestos a perdonar a los demás, como él perdona nuestras faltas: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). Qué tristeza cada vez que nos quedamos encerrados en nosotros mismos, incapaces de perdonar. Triunfa el rencor, la rabia, la venganza; la vida se vuelve infeliz y se anula el alegre compromiso por la misericordia.

9. Una experiencia de gracia que la Iglesia ha vivido con mucho fruto a lo largo del Año jubilar ha sido ciertamente el servicio de los Misioneros de la Misericordia. Su acción pastoral ha querido evidenciar que Dios no pone ningún límite a cuantos lo buscan con corazón contrito, porque sale al encuentro de todos, como un Padre. He recibido muchos testimonios de alegría por el renovado encuentro con el Señor en el Sacramento de la Confesión. No perdamos la oportunidad de vivir también la fe como una experiencia de reconciliación. «Reconciliaos con Dios» (2 Co 5,20), esta es la invitación que el Apóstol dirige también hoy a cada creyente, para que descubra la potencia del amor que transforma en una «criatura nueva» (2 Co 5,17).

Doy las gracias a cada Misionero de la Misericordia por este inestimable servicio de hacer fructificar la gracia del perdón. Este ministerio extraordinario, sin embargo, no cesará con la clausura de la Puerta Santa. Deseo que se prolongue todavía, hasta nueva disposición, como signo concreto de que la gracia del Jubileo siga siendo viva y eficaz, a lo largo y ancho del mundo. Será tarea del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización acompañar durante este periodo a los Misioneros de la Misericordia, como expresión directa de mi solicitud y cercanía, y encontrar las formas más coherentes para el ejercicio de este precioso ministerio.

10. A los sacerdotes renuevo la invitación a prepararse con mucho esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal. Os agradezco de corazón vuestro servicio y os pido que seáis acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Así como Jesús ante la mujer adúltera optó por permanecer en silencio para salvarla de su condena a muerte, del mismo modo el sacerdote en el confesionario tenga también un corazón magnánimo, recordando que cada penitente lo remite a su propia condición personal: pecador, pero ministro de la misericordia.

11. Me gustaría que todos meditáramos las palabras del Apóstol, escritas hacia el final de su vida, en las que confiesa a Timoteo de haber sido el primero de los pecadores, «por esto precisamente se compadeció de mí» (1 Tm 1,16). Sus palabras tienen una fuerza arrebatadora para hacer que también nosotros reflexionemos sobre nuestra existencia y para que veamos cómo la misericordia de Dios actúa para cambiar, convertir y transformar nuestro corazón: «Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fío de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí» (1 Tm 1,12-13).

Por tanto, recordemos siempre con renovada pasión pastoral las palabras del Apóstol: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). Con vistas a este ministerio, nosotros hemos sido los primeros en ser perdonados; hemos sido testigos en primera persona de la universalidad del perdón. No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. Hay un valor propedéutico en la ley (cf. Ga 3,24), cuyo fin es la caridad (cf. 1 Tm 1,5). El cristiano está llamado a vivir la novedad del Evangelio, «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8,2).

Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina.

Nosotros, confesores, somos testigos de tantas conversiones que suceden delante de nuestros ojos. Sentimos la responsabilidad de gestos y palabras que toquen lo más profundo del corazón del penitente, para que descubra la cercanía y ternura del Padre que perdona. No arruinemos esas ocasiones con comportamientos que contradigan la experiencia de la misericordia que se busca. Ayudemos, más bien, a iluminar el
ámbito de la conciencia personal con el amor infinito de Dios (cf. 1 Jn 3,20).

El Sacramento de la Reconciliación necesita volver a encontrar su puesto central en la vida cristiana; por esto se requieren sacerdotes que pongan su vida al servicio del «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18), para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder al amor del Padre, que espera su retorno, y a todos se les ofrezca la posibilidad de experimentar la fuerza liberadora del perdón.

Una ocasión propicia puede ser la celebración de la iniciativa 24 horas para el Señor en la proximidad del IV Domingo de Cuaresma, que ha encontrado un buen consenso en las diócesis y sigue siendo como una fuerte llamada pastoral para vivir intensamente el Sacramento de la Confesión.

12. En virtud de esta exigencia, para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario. Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial.

En el Año del Jubileo había concedido a los fieles, que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, la posibilidad de recibir válida y lícitamente la absolución sacramental de sus pecados. Por el bien pastoral de estos fieles, y confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes, para que se pueda recuperar con la ayuda de Dios, la plena comunión con la Iglesia Católica, establezco por decisión personal que esta facultad se extienda más allá del período jubilar, hasta nueva disposición, de modo que a nadie le falte el signo sacramental de la reconciliación a través del perdón de la Iglesia.

13. La misericordia tiene también el rostro de la consolación. «Consolad, consolad a mi pueblo» (Is 40,1), son las sentidas palabras que el profeta pronuncia también hoy, para que llegue una palabra de esperanza a cuantos sufren y padecen. No nos dejemos robar nunca la esperanza que proviene de la fe en el Señor resucitado. Es cierto, a menudo pasamos por duras pruebas, pero jamás debe decaer la certeza de que el Señor nos ama. Su misericordia se expresa también en la cercanía, en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos y hermanas nos ofrecen cuando sobrevienen los días de tristeza y aflicción. Enjugar las lágrimas es una acción concreta que rompe el círculo de la soledad en el que con frecuencia terminamos encerrados.

Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte..., son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos.

A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano. No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece al lenguaje de la consolación, porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión con el sufrimiento del hermano.

14. En un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de gran consuelo a nuestras familias. El don del matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al amor generoso, fiel y paciente. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas: «El gozo del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia». El sendero de la vida lleva a que un hombre y una mujer se encuentren, se amen y se prometan, fidelidad por siempre delante de Dios, a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad. La alegría de los padres por el don de los hijos no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad.

La gracia del Sacramento del Matrimonio no sólo fortalece a la familia para que sea un lugar privilegiado en el que se viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana, y con ella a toda la acción pastoral, para que se resalte el gran valor propositivo de la familia. De todas formas, este Año jubilar nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual. La experiencia de la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar.17

No podemos olvidar que cada uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier otra persona. Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios. Esto exige, sobre todo de parte del sacerdote, un discernimiento espiritual atento, profundo y prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón y de misericordia.

15. El momento de la muerte reviste una importancia particular. La Iglesia siempre ha vivido este dramático tránsito a la luz de la resurrección de Jesucristo, que ha abierto el camino de la certeza en la vida futura. Tenemos un gran reto que afrontar, sobre todo en la cultura contemporánea que, a menudo, tiende a banalizar la muerte hasta el punto de esconderla o considerarla una simple ficción. La muerte en cambio se ha de afrontar y preparar como un paso doloroso e ineludible, pero lleno de sentido: como el acto de amor extremo hacia las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos. En todas las religiones el momento de la muerte, así como el del nacimiento, está acompañado de una presencia religiosa. Nosotros vivimos la experiencia de las exequias como una plegaria llena de esperanza por el alma del difunto y como una ocasión para ofrecer consuelo a cuantos sufren por la ausencia de la persona amada.

Estoy convencido de la necesidad de que, en la acción pastoral animada por la fe viva, los signos litúrgicos y nuestras oraciones sean expresión de la misericordia del Señor. Es él mismo quien nos da palabras de esperanza, porque nada ni nadie podrán jamás separarnos de su amor (cf. Rm 8,35). La participación del sacerdote en este momento significa un acompañamiento importante, porque ayuda a sentir la cercanía de la comunidad cristiana en los momentos de debilidad, soledad, incertidumbre y llanto.

16. Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par. Hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos. La nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso, está provocada también por el testimonio sincero y generoso que algunos dan de la ternura divina. La Puerta Santa que hemos atravesado en este Año jubilar nos ha situado en la vía de la caridad, que estamos llamados a recorrer cada día con fidelidad y alegría. El camino de la misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos.

Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de los hermanos, porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia. Por su misma naturaleza, la misericordia se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida. Es verdaderamente una nueva creación que obra un corazón nuevo, capaz de amar en plenitud, y purifica los ojos para que sepan ver las necesidades más ocultas. Qué verdaderas son las palabras con las que la Iglesia ora en la Vigilia Pascual, después de la lectura que narra la creación: «Oh Dios, que con acción maravillosa creaste al hombre y con mayor maravilla lo redimiste». La misericordia renueva y redime, porque es el encuentro de dos corazones: el de Dios, que sale al encuentro, y el del hombre. Mientras este se va encendiendo, aquel lo va sanando: el corazón de piedra es transformado en corazón de carne (cf. Ez 36,26), capaz de amar a pesar de su pecado. Es aquí donde se descubre que es realmente una «nueva creatura» (cf. Ga 6,15): soy amado, luego existo; he sido perdonado, entonces renazco a una vida nueva; he sido «misericordiado», entonces me convierto en instrumento de misericordia.

17. Durante el Año Santo, especialmente en los «viernes de la misericordia», he podido darme cuenta de cuánto bien hay en el mundo. Con frecuencia no es conocido porque se realiza cotidianamente de manera discreta y silenciosa. Aunque no llega a ser noticia, existen sin embargo tantos signos concretos de bondad y ternura dirigidos a los más pequeños e indefensos, a los que están más solos y abandonados. Existen personas que encarnan realmente la caridad y que no llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices. Agradezcamos al Señor el don valioso de estas personas que, ante la debilidad de la humanidad herida, son como una invitación para descubrir la alegría de hacerse prójimo. Con gratitud pienso en los numerosos voluntarios que con su entrega de cada día dedican su tiempo a mostrar la presencia y cercanía de Dios. Su servicio es una genuina obra de misericordia y hace que muchas personas se acerquen a la Iglesia.

18. Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él. Han pasado más de dos mil años y, sin embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios.

Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada para comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimiento que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en los que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas y el mayor obstáculo para el reconocimiento de la dignidad inviolable de la vida humana.

Con todo, las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social. Ella nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas, llamados a construir con nosotros una «ciudad fiable».

19. En este Año Santo se han realizado muchos signos concretos de misericordia. Comunidades, familias y personas creyentes han vuelto a descubrir la alegría de compartir y la belleza de la solidaridad. Y aun así, no basta. El mundo sigue generando nuevas formas de pobreza espiritual y material que atentan contra la dignidad de las personas. Por este motivo, la Iglesia debe estar siempre atenta y dispuesta a descubrir nuevas obras de misericordia y realizarlas con generosidad y entusiasmo.

Esforcémonos entonces en concretar la caridad y, al mismo tiempo, en iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia. Esta posee un dinamismo inclusivo mediante el cual se extiende en todas las direcciones, sin límites. En este sentido, estamos llamados a darle un rostro nuevo a las obras de misericordia que conocemos de siempre. En efecto, la misericordia se excede; siempre va más allá, es fecunda. Es como la levadura que hace fermentar la masa (cf. Mt 13,33) y como un granito de mostaza que se convierte en un árbol (cf. Lc 13,19).

Pensemos solamente, a modo de ejemplo, en la obra de misericordia corporal de vestir al desnudo (cf. Mt 25,36.38.43.44). Ella nos transporta a los orígenes, al jardín del Edén, cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos y, sintiendo que el Señor se acercaba, les dio vergüenza y se escondieron (cf. Gn 3,7-8). Sabemos que el Señor los castigó; sin embargo, él «hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (Gn 3,21). La vergüenza quedó superada y la dignidad fue restablecida.

Miremos fijamente también a Jesús en el Gólgota. El Hijo de Dios está desnudo en la cruz; su túnica ha sido echada a suerte por los soldados y está en sus manos (cf. Jn 19,23-24); él ya no tiene nada. En la cruz se revela de manera extrema la solidaridad de Jesús con todos los que han perdido la dignidad porque no cuentan con lo necesario. Si la Iglesia está llamada a ser la «túnica de Cristo» para revestir a su Señor, del mismo modo ha de empeñarse en ser solidaria con aquellos que han sido despojados, para que recobren la dignidad que les han sido despojada. «Estuve desnudo y me vestisteis» (Mt 25,36) implica, por tanto, no mirar para otro lado ante las nuevas formas de pobreza y marginación que impiden a las personas vivir dignamente.

No tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social...: estas, y muchas otras, son situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad. Cuántas son las situaciones en las que podemos restituir la dignidad a las personas para que tengan una vida más humana. Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida.

Sus rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo. Estos niños son los jóvenes del mañana; ¿cómo los estamos preparando para vivir con dignidad y responsabilidad? ¿Con qué esperanza pueden afrontar su presente y su futuro?

El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios.

20. Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos. Las obras de misericordia son «artesanales»: ninguna de ellas es igual a otra; nuestras manos las pueden modelar de mil modos, y aunque sea único el Dios que las inspira y única la «materia» de la que están hechas, es decir la misericordia misma, cada una adquiere una forma diversa.

Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de una persona. Podemos llevar a cabo una verdadera revolución cultural a partir de la simplicidad de esos gestos que saben tocar el cuerpo y el espíritu, es decir la vida de las personas. Es una tarea que la comunidad cristiana puede hacer suya, consciente de que la Palabra del Señor la llama siempre a salir de la indiferencia y del individualismo, en el que se corre el riesgo de caer para llevar una existencia cómoda y sin problemas. «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8), dice Jesús a sus discípulos. No hay excusas que puedan justificar una falta de compromiso cuando sabemos que él se ha identificado con cada uno de ellos.

La cultura de la misericordia se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. Es una invitación apremiante a tener claro dónde tenemos que comprometernos necesariamente. La tentación de quedarse en la «teoría sobre la misericordia» se supera en la medida que esta se convierte en vida cotidiana de participación y colaboración. Por otra parte, no deberíamos olvidar las palabras con las que el apóstol Pablo, narrando su encuentro con Pedro, Santiago y Juan, después de su conversión, se refiere a un aspecto esencial de su misión y de toda la vida cristiana: «Nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir» (Ga 2,10). No podemos olvidarnos de los pobres: es una invitación hoy más que nunca actual, que se impone en razón de su evidencia evangélica.

21. Que la experiencia del Jubileo grabe en nosotros las palabras del apóstol Pedro: «Los que antes erais no compadecidos, ahora sois objeto de compasión» (1 P 2,10). No guardemos sólo para nosotros cuanto hemos recibido; sepamos compartirlo con los hermanos que sufren, para que sean sostenidos por la fuerza de la misericordia del Padre. Que nuestras comunidades se abran hasta llegar a todos los que viven en su territorio, para que llegue a todos, a través del testimonio de los creyentes, la caricia de Dios.

Este es el tiempo de la misericordia. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar. Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre.

A la luz del «Jubileo de las personas socialmente excluidas», mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia.

22. Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros. Ella es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor. La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto, tal y como el arte la ha representado a menudo. Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo,

Rey del Universo, del Año del Señor 2016, cuarto de pontificado.

FRANCISCO

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