12 de marzo de 2014

Los dolores y gozos de San José

La devoción de los siete dolores y gozos a San José, hecha práctica, no nace en la Iglesia hasta el siglo XVI con Juan de Fano (+ 1536). Este capuchino solo habla de siete dolores pero pronto se añadieron los siete gozos, como vemos en la Josefina del carmelita Jerónimo Gracián (1597), en la narración del milagro con que San José agració a dos religiosos franciscanos salvándoles en un naufragio y prometiéndoles que ayudaría y favorecería a cuantos, recordando sus siete dolores y gozos, rezasen un Padre nuestro, Ave María y Gloria. Si era cada día, mejor

Mucho antes, en el siglo IV San Juan Crisóstomo, (+ 407)), ilustre e inmenso Santo Padre de la Iglesia de Oriente, Patriarca de Constantinopla (398), extraordinario predicador que recibió el sobrenombre de Crisóstomo= boca de oro por la elocuencia de su predicación, habla ya de los dolores y gozos de San José.

Es uno de los Santos Padres que con más originalidad (siempre inspirado naturalmente en los evangelios) y con más profundidad y amplitud habla de San José. En lo que nos dice de san José, refleja y es testigo de la de fe los fieles de la Iglesia de Oriente de entonces, ya que cuanto afirma del santo Patriarca en las homilías que predicaba y dirigía al pueblo en Antioquia durante doce años (387-399) al pueblo fiel es para alimentar su fe y estimular su vida cristiana

Es uno de los Santos Padres que hace inexacta la afirmación de que San José en la Iglesia no fue descubierto hasta la edad media.

Lo mucho que nos dice de san José se encuentra en las homilías sobre el evangelio de San Mateo y en algunas sobre el evangelio de san Juan. En el contexto de una homilía sobre la huida a Egipto establece este principio de la conducta de Dios con los justos y temeroso de Dios, con los santos. “Pues el filántropo Dios mezcla trabajos y dulzuras, lo que también hace con todos sus santos: no da continuos ni los peligros ni los consuelos, sino que ordena la vida de los justos entretejida de unos y otros” (Hom. 8,3).

“Tal hizo con José, y si no mira. Vio preñada a su esposa, y esto le llenó de turbación y de aflicción suma, pues pudo sospechar que la joven hubiera cometido adulterio, pero inmediatamente se presentó el ángel disipando la sospecha y eliminando este temor. Ve al niño recién nacido y cosechó una inmensa alegría; de nuevo un peligro no pequeño sucede a esta alegría: la ciudad alborotada, el rey se enfurece y busca matar al nacido. A esta angustia sigue de nuevo otra alegría: la estrella y la adoración de los magos. Tras este placer el miedo y el peligro, porque busca, dice, Herodes el alma del niño, y de nuevo el ángel da orden de huir y cambiar de sitio de modo humano: no había llegado el tiempo de hacer milagros” 

Con esta afirmación nos enseña que San José ha pasado por el crisol de pruebas interiores y exteriores que lleva al alma a las virtudes heroicas de la fe, esperanza y caridad, de fortaleza, de templanza, de justicia y de prudencia.

Nos enseña que esta alternancia de pruebas dolorosas y alegrías espirituales en la vivencia de los misterios de la vida oculta de Jesús, ha jugado de una manera tan terrible y tan sublime a la vez un papel importante en la vida de San José y nos muestra al mismo tiempo que ha llevado a alturas inauditas de virtud a este santísimo José, ya tan sublime en perfección desde el comienzo de esta aventura espiritual extraordinaria y única con María, que es su participación en el misterio de la Encarnación y Redención.

Sin duda que el mérito y estimación de esta devoción a los siete dolores y gozo de San José, a lo que debe su éxito y su larga duración y extensión entre sus devotos, es que está entrañada en los misterios de la vida oculta de Jesús. El fin de su propuesta y de su pervivencia es precisamente el que se hace en memoria de estos misterios, en los que José está comprometido directamente junto con María, de modo que por este compromiso es el ministro de la salvación, junto con María, su esposa salvación realizada por Jesucristo, con los hecho de su santísima vida, pasión y muerte y resurrección.
P. Román Llamas