8 de enero de 2014

San José, padre de Jesús

San José es ministro de la salvación, además de por esposo de María, por ser padre de Jesús, que lo es precisamente por su matrimonio con María. El matrimonio de María con José está predestinado desde la eternidad por Dios, esta en el decreto eterno de la redención y salvación, para acoger en él, en la familia, al Hijote Dios, cuando se encarnase en la tierra, Esa es toda la razón de ser de este matrimonio: acoger al Verbo de Dios, criarle, educarle, defenderlo, hacerle vivir una vida entre los hombres, en todo semejante a la de ellos menos en el pecado. “Es para asegurar la protección paterna a Jesús por la que Dios elige a San José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de San José –una relación que lo sitúas en lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (Rom 8,28s) - pase a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia” (RC 7).

No importa que San José no sea el padre natural de Jesús, pues tenía que nacer de usan virgen, eso sí desposada con un hombre llamado José. Ha nacido en el matrimonio de José y María, y San Francisco de Sales -y otros muchos autores - explica esta paternidad con esta comparación: “Jesús, después de a la Santísima Virgen, pertenece a él (a San José) más que a nadie. Siendo como es familiar suyo e hijo natural de su esposa. Si un pajarillo o una paloma (por usar una comparación más adecuada con la pureza de los santos de quienes estamos hablando) llevasen en el pico un dátil y le dejase caer sobre un jardín, no se diría que la palmera nacida de tal semilla pertenece a la paloma sino al amo del jardín. Y ¿quien osaría dudar que el Espíritu Santo, divina paloma,  dejó caer ese dátil en el jardín cerrado de la Virgen María, defendido en torno suyo por las setas vivas del voto de virginidad y pureza inmaculada, que pertenece al glorioso San José, como la esposa al esposo y que tan divina palmera, rica en frutos de inmortalidad, no pertenece también a nuestro Santo, el cual no se asombra ni se vanagloria sino que se hace cada día más humilde? (Sermón el la fiesta de San José, n.4).

Una paternidad, sin más calificativos, como le llama la Virgen María cuando encuentran al Niño en el templo en medio de los doctores de la Ley: Tu padre y yo muy angustiados te buscábamos (Lc 2,48). Una paternidad entendida tal como aparece en el Evangelio.

Sencillamente “a raíz de aquel matrimonio ambos merecieron ser llamados padres de Cristo, no solo ella madre, sino también él su padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne” (RC 7)...

San José ha sido llamado por Dios a servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de la paternidad, de ese modo coopera en la plenitud de los tiempos al gran misterio de la redención y es verdaderamente ministro de la salvación (RC 8). San José “ha hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le va unida…ha hecho donación total de sí, de su vida, de su trabajo, al haber convertido su vocación humana al amor doméstico en la sobrehumana oblación de sí, de su corazón, y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías, germinado en su casa” (RC 8).

Y Dios Padre le dotó de unas disposiciones y de unas virtudes singulares para llevar a cabo esta sublime misión. “como no es concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para desarrollarla adecuadamente, en necesario reconocer que José tuvo para con Jesús, por especial don del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer” (RC 8).

Alguien pudiera pensar que si San José no estuvo presente en la pasión y muerte de Cristo en la cruz, si no participó en ellas, ¿cómo se puede afirmar que cooperó a la salvación de los hombres, cuando esta se realiza precisamente por la pasión y muerte de Jesús en cruz, pues San José para entonces ya había muerto? El B. Juan Pablo II, previendo esta dificultad, escribe: “La vida propia de José, su peregrinación de la fe se concluirá antes, es decir,  antes de que María se detenga ante la cruz en el Gólgota…sin embargo, la vía de San José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada  por el mismo misterio del que él, junto con María, se había convertido en el primer depositario”, porque””la encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indivisible, donde el plan de la revelación se realiza con palabras y obras intrínsecamente conexas entre sí. Precisamente por esta unidad, el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a San José, estableció que en el canon romano de la misa,  memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes de los apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los mártires” (RC 6).

Por esta unidad orgánica e indivisible todas las acciones de Cristo son salvíficas y redentoras. “De hecho la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que entran en la cotidianidad de la vida familiar, respetando aquella ´condescendencia´ inherente a la economía de la encarnación” (Rc 8). Y toda la vida escondida de Jesús fue confiada a la custodia de San José (RC 8), que tuvo la alta misión de acogerle, darle el nombre, criarle, alimentarle, vestirlo, defenderlo e instruirlo en la ley yen un oficio como corresponde  a los deberes propios del padre (Rc 16).


                                                           P. Román Llamas, ocd