2 de enero de 2014

José en el Misterio navideño

La vida y la misión de San José se desarrolla en estrecha e íntima unión con María y Jesús Es el esposo de María y el padre de Jesús por su matrimonio con María. “El Hijo de María es también en hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une; a raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamado padres de Cristo; no sólo ella su madre sino también él su padre” (RC 17). Los meses inmediatos precedentes al nacimiento de Jesús, San José vive en su casa, y, cuando descubrió que su esposa esperaba un hijo sin parte suya, entró en una densa noche oscura santificadora. Y cuando el ángel, en medio de la oscuridad de esta noche, le dice que no tema tomar a María en su casa, - este hombre justo que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la Virgen de Nazaret y de había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor (RC 19)-  el Santo no dice nada pero hace. Inmediatamente la tomó en su casa con el niño que llevaba en su vientre, y ya acompaña constantemente a la Virgen y al hijo que nació de ella. Se convierte en su sombra protectora y amparadora. Y ¡qué bien les ayudó en los trabajos y penalidades de la vida!

Hace que la Virgen le acompañe en el viaje que tiene que emprender a Belén para empadronarse, conforme  a la orden del Emperador de Roma. No quiso, ni pudo en su corazón, dejarla sola en Nazaret. Ya en Belén, al no encontrar lugar donde albergarse, busca y encuentra una cueva en los alrededores del pueblo. La limpia, la prepara y acomoda, era carpintero,  para poder vivir en ella con holgura y , sobre todo,  la prepara para que el hijo que va a nacer de María, su mujer, de un momento para otro, encuentre una  casa limpia y amorosa, pues el ángel les ha revelado que es el Salvador del mundo.

La casa de su corazón ya la tenía preparado desde hacía  mucho tiempo, bajo la guía del Espíritu Santo. Por eso, lo primero que encuentra el Niño, cuando nace en la cueva, es los corazones y los brazos de María y de José.¡Qué a gusto se debió sentir en aquellas dos casas,  encerrado Él, el  Inabarcable e Inmenso, en el albergue de una pobre cueva !Qué sintió San José en el profundo silencio que envolvió siempre su vida, cuando por primera vez le recibió en su brazos, cuando le dio .los primeros besos y  descubrió su primea sonrisa! Tendríamos que tener su propio corazón para saberlo. Fueron momentos gloria, de paz, de alegría.  Un poeta del siglo XVI, devotísimo de San José nos pinta al glorioso Patriarca recibiendo de manos de María, su esposa, al recién nacido, alzándole de la cuna de pajas, diciéndolo mil requiebros, expresando los mejores sentimientos de alegría y dignificación que resume en estas palabras: “Adora, reverencia, abraza, besa,/ grajea requiebra, alegra y enamora/ al Niño pobre que por Dios confiesa,/ y al rico Dios que entre pañales mora./ Gózase la bellísima Princesa, / viendo a José que de contento llora,/ y tomando al Infante soberano/ volvió a las pajas al gracioso Grano” (José de Valdivieso).


José, ante el recién nacido, cae en un hondo silencio adorante, un éxtasis de amor ante la Belleza, Grandeza y Fuerza de aquel nacido pobre y necesitado en todo de sus pobre, pero que él sabe que es el Salvador del mundo, como le había  dicho el ángel y en lo íntimo de su corazón le llama ya Jesús