4 de diciembre de 2013

Adviento de San José

El tiempo de Adviento del año litúrgico está plasmado sobre la larga espera del Mesías y Salvador del pueblo de Israel. Las cuatro semanas condensan los siglos de espera del pueblo porque el Adviento más que tiempo significa una actitud que puede durar más o menos tiempo. Adviento significa especialmente espera y esperanza de alguien que tiene que venir. Adviento es esperanza viva y activa que se hace oración de petición ardiente de que el va a venir llegue cuanto antes. Era la actitud de esperanza y petición de las almas selectas del A. T., en particular los profetas, condensada en estas palabras del profeta Isaías: Rociad, cielos desde arriba y las nubes lluevan al Salvador. Abrase la tierra y germine la salvación (Is 45,8), recogidas en la liturgia actual de Adviento.

Cuando la historia tocaba la plenitud de los tiempos había especialmente dos personas que vivían esta actitud de esperanza y oración ardiente del Mesías Salvador: son María y José. En ellos se concentran, se subliman y adquieren una altura extraordinaria las esperanzas y oraciones de los fieles del A. T.. Ellos si que esperan y piden la venida del Salvador. ¡Oh, si fuésemos nosotros los agraciados para ver y oír al que desearon ver y oír muchos  profetas y justos y no lo vieron ni lo oyeron! (cfr Mt 13,17) María y José son el prototipo de los pobres de Yahvé que confían plenamente en el Señor y viven de una vivísima y activisima esperanza en la salvación que va a venir. Las oraciones más fervientes y confiadas para que venga con presteza el Salvador salieron de sus corazones los más limpios y amorosos. Con su oración singular y única merecieron que el Mesías Salvador bajase a la tierra. Sobre todo después que el Señor les reveló que el Salvador va nacer de ellos, en su matrimonio, de la María las oraciones se disparan en calidad, intensidad, fuerza. Confianza y frecuencia. ¡Qué oración brotaba de sus corazones, pidiendo la aceleración de la venida del salvador del mundo!

El Adviento de San José pasó por un momento duro y difícil de prueba. Él, como fiel y piadoso israelita pensaría que el Mesías podía nacer de su matrimonio con María. La esperanza de la venida inminente del Mesías estaba muy difundida por el ambiente del pueblo de Israel, como vemos en el evangelio de San Juan. De ella participaban José y María. Y es en este ambienta cuando José descubre el embarazo de su esposa, sin él saber nada. Dios le sometió a una dura prueba para aumentarle la esperanza y el deseo ansioso de su venida. Cuando el ángel le anuncia que el Salvador nacerá de María y que él le pondrá el nombre de Jesús, la esperanza de José tocaba el cielo. José, con su esposa María, debió vivir un adviento interior profundo, pletórico de alegre esperanza ¡El Salvador hijo de su esposa, la buenísima María y nacido en su matrimonio!

Su esperanza y oración todavía tiene que pasar por la prueba de ir en un largo viaja a Belén para empadronarse y no encontrar lugar en el mesón. Pero ¡qué importa un lugar más o menos acomodado si el que va  a nacer el  Salvador del mundo!. Además dada su sensibilidad y delicadeza no podía permitir  que nadie fuese testigo del alumbramiento de María. Por eso busca una cueva en los alrededores de Belén. Vive los días cercanos al nacimiento en una soledad grande y en un silencio profundo y lleno en la cueva. Y con esa actitud se convierte, con María, en modelo de las almas interiores, de esos seres que Dios ha escogido  para vivir dentro de sí,  en el fondo del abismo din fondo.  

San José pensaría y soñaría: si sabré tenerle en mis brazos, cómo le acunaría, le dormiré en mis brazos y así dormido se lo pasaré a María, lo llenaré de besos Le llamaré Jesús. Le diré hijo mío, y él me llamará papá. Le enseñaré a andar y me bajaré a él y le enseñaré a hablar. El hogar se llenará de luz, de alegría, de paz. Y el corazón de José saltaba de alegría en su esperanza inminente a cumplirse ya.

Al mismo tiempo le adoraré como Mesías y Salvador, caeré en éxtasis de amor ante él, me embelesaré mirándole, me sonreirá, me mirará con sus ojitos de lucero y me dejará enajenado y quedaré ensimismado.

El ejemplo de la actitud de paz de María, su rostro transpirando serenidad y gozo, iluminado por el relámpago de una sonrisa eterna, era para José una acicate para vivir con más entrega, donación y gozo su adviento.

Aunque en todo este cielo claro  de gozo, esperando la venida del Salvador, se inserta una nube de dolor. El sabe, lo ha leído y meditado más de una vez que el profeta cuando habla del Mesías Salvador, del Siervo de Yahvé, anuncia y profetiza que vendría y acabaría su vida como un varón de dolores, entre malhechores (Is 53,3.9); si bien así se convertiría en salvación para todo el mundo (Is 53,11-12)


                                                                       P. Román Llamas.