15 de agosto de 2013

En la fiesta de la Asunción

Reproducimos hoy este post publicado en Háblales de Jesús por Joan Carreras. Hoy en día la Fe en la resurrección de la carne se está difuminando o diluyendo. La fiesta de la Asunción es un buen momento para celebrar este aspecto completo de nuestra Fe cristiana. En la Virgen María se anticipa lo que será también nuestra resurrección.


Con las palabras "resurrección de la carne" la Iglesia ha querido evitar las posturas demasiamos evanescentes acerca de la resurrección de los muertos. No han faltado herejías que pretendían negarle a los cuerpos personales ese destino glorioso para el que han sido creados. Y ya desde los primerísimos tiempos la Iglesia acuñó esta expresión para que quede claro que resucitaremos con todo nuestro ser, alma y cuerpo.


Sin embargo, en la actualidad hay quien prefiere abandonar dicha expresión clásica y sustituirla por la más inteligible de "resurrección de los muertos", aunque detrás de estos intentos parece latir un deseo de restablecer esas corrientes espiritualizantes que acabarían por negar lo que se pretende subrayar: que eseste cuerpo que tenemos en su identidad el que resucitará al final de los tiempos (1). No es de extrañar que la Congregación para la doctrina de la fe haya insistido en mantener la expresión tradicional, ante los intentos de cambio producidos en las traducciones del Símbolo apostólico a las lenguas vernáculas, poco después del Concilio Vaticano II.




Dicho esto y evitando un sentido "espiritualizante" equivocado, me parece muy importante señalar que la expresión "resurrección de la carne" tiene un otro significado interpersonal que no se halla presente en ninguna otra de las fórmulas empleadas. Efectivamente, tanto si se habla de los cuerpos como de los muertos queda claro que se trata de una resurrección individual o personal, pero en ningún caso se manifiesta la dimensión interpersonal. En cambio, el término carne tiene en la antropología bíblica y en la tradición católica un sentido profundo que suele pasar inadvertido a los estudiosos de nuestros días y a la gran mayoría de los fieles.


La carne es un concepto que admite diversos significados, pero quizá el más importante es el referido a la comunión interpersonal propia de la familia. Ya nos hemos extendido sobre esta cuestión con anterioridad (clicar aquí) mostrando la importancia de este término para afrontar los peligros de la ideología de género. La carne alude a la dimensión interpersonal familiar sin eludir la diferenciación sexual.


Ahora nos interesa únicamente señalar cómo Jesucristo mismo es el Verbo encarnado, y su "carne" es tanto su cuerpo físico como su cuerpo místico. La comunión conyugal es signo de la comunión esponsal entre Cristo y la Iglesia. Si el término bíblico "carne" no tuviera esta dimensión interpersonal por sí mismo, jamás hubiera podido llegar a designar el misterio de la unión de Cristo con la Iglesia.


Este carácter interpersonal de la carne permite comprender cómo los padres virginales de Jesús podían constituir junto con Él "una sola carne" por razón del matrimonio y de la generación sin que eso suponga ni la consumación de dicho matrimonio ni la procedencia biológica por ejercicio de la genitalidad. Jesús es "una sola carne" con María y José por el hecho de proceder de la unión conyugal de ambos, igualmente virginal.


Si María y José son "carne" de Jesús, parece también coherente que en su Resurrección gloriosa el Verbo encarnado haya querido llevarse con él su propia familia, carne suya, como primicia de toda la humanidad. Es dogma la Asunción de la Virgen María. En el caso de san José, hay libertad para opinar lo que se quiera, pero el hecho de que él constituya una sola carne con su esposa y con su Hijo parece suficiente razón para entender que también él haya recibido ese privilegio de la resurrección.


En este sentido, la Sagrada Familia es un icono escatológico para la humanidad. Jesús, María y José han anticipado el destino celestial de todas las familias. El cielo es un ambiente familiar.


Esta manera familiar de entender la resurreción de la carne abre nuevas perspectivas escatológicas para el matrimonio. Generalmente la doctrina entendía que como el vínculo matrimonial se disuelve con la muerte de uno de los esposos también la relación de estos dejaría de tener sentido en el más allá. Cuando le preguntaron a Jesús cuál de los siete hermanos que había tenido una mujer viuda iba a ser su marido en el reino de los cielos, él respondió que en el cielo ni se casan ni toman marido porque serán como ángeles. De estas palabras se ha deducido en muchas ocasiones que en el Cielo no subsistirá el matrimonio. Sin embargo, Jesús sólo quería advertir que allí no tendrán sentido algunos aspectos de la comunión conyugal. Sería absurdo pensar que no subsista "algo" de la relación conyugal, concretamente la identidad de ambos esposos. María y José pueden reconocerse gozosamente como esposos. ¿Por qué no van a poder reconocerse como tales los esposos y esposas en la bienaventuranza celestial? Esa relación conyugal será transformada como sus cuerpos mismos.


En definitiva, la expresión "resurrección de la carne" admite una lectura familiar que llena de gozo y de esperanza a quienes no pueden imaginar un cielo en el que no tengan cabida también sus seres queridos, que podrán ser reconocidos en las mismas relaciones con que estaban unidos en la Tierra: hijos, esposos, hermanos, primos, tíos, nietos, sobrinos, etc.


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(1) Cfr. Cándido Pozo, La venida del Señor en la gloria, Edicep Valencia 2002, p. 43-44.