10 de julio de 2013

‘Lumen Fidei’, una Celebración de la Vida Cristiana


‘Lumen Fidei’ (Luz de la Fe) es la encíclica que está destinada a coronar el Año de la Fe, que fue convocado por el Papa Benedicto XVI mediante un motu propio llamado ‘Porta Fidei’ (Año de la Fe).  El documento constituye una celebración de la fe, como la luz que guía hacia una vida fructífera, que inspira la devoción a Dios, la acción social e ilumina cada aspecto de la existencia humana, incluyendo la filosofía y las ciencias naturales.

                Con este documento, se completa la trilogía de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, dando seguimiento a las encíclicas que ha publicado anteriormente el Papa Benedicto XVI: Deus Caritas Est (2005) y Caritas in Veritate (2009) sobre la Caridad; y Spe Salvi (2007), sobre la esperanza. La publicación de esta encíclica es uno de los eventos más anticipados del Año de la Fe, que inició en Octubre del 2012. Es por eso que el Papa Francisco escribe: “Estas consideraciones sobre la fe, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta virtud teologal, pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las Cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a « confirmar a sus hermanos » en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre”…




                La Encíclica contiene algunas características comunes en los escritos del Papa Benedicto XVI, especialmente las referencias históricas, incluyendo al Cristianismo de los primeros siglos, historia judía y pagana. Contiene referencias a los Padres de La Iglesia, tales como San Justino Mártir, San Irineo, San Agustín y otros escritores Católicos, como Romano Guardini, de quien el Papa Benedicto XVI obtuvo inspiración para escribir ‘El Espíritu de la Liturgia’; también menciona al filósofo judío Martin Buber, al agnóstico Ludwig Wittgenstein y al ateo Friedrich Nietzsche.

Es difícil juzgar qué características contiene que puedan identificar el pensamiento del Papa Francisco.  Si bien el Papa Francisco ya es conocido por los fieles Católicos por su estilo de hablar y de pronunciar sus homilías, aún no conocemos su ‘voz’ en documentos de esta naturaleza. El Papa Benedicto XVI ya había publicado más de 20 libros antes de llegar a ser Papa, además de que había colaborado estrechamente en varios proyectos durante el Pontificado de Juan Pablo II, incluyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, por lo tanto, su ‘voz’ en este tipo de escritos, ya era conocida. Lo que sí es digno de observarse en esta encíclica es que el Papa Francisco firma la Encíclica, como ‘Franciscus’, sin la acostumbrada abreviación ‘PP’, que acostumbran los papas, seguida por su número. El Papa Francisco prefiere el título ‘Obispo de Roma’; mientras que el Papa Benedicto XVI firmaba sus encíclicas ‘Benedictus PP XVI”.  En ese mismo orden lo hacía Juan Pablo II. A partir de la próxima encíclica, vamos a ir conociendo su ‘voz’ en los documentos.

                Contiene 85 páginas y su estructura comprende 5 secciones, que incluyen una introducción (1-7):

1.       Hemos creído en el Amor (8-22)
2.       Si no creéis, no comprenderéis (23-36)
3.       Transmito lo que he recibido (37-49)
4.       Dios prepara una ciudad para ellos. (50-60).

Introducción.  Nos explica la idea de ‘la luz de la fe’ y qué papel tiene en nuestras vidas. Explica cómo el abandono de la fe en la vida contemporánea no es algo nuevo bajo el sol, sino que existe precedente en las culturas paganas y pre-Cristianas. Nos exhorta a redescubrir la luz de la Fe Cristiana en nuestras vidas y en la sociedad. Podemos citar un interesante pasaje de la Introducción: “En el mundo pagano, hambriento de luz, se había desarrollado el culto al Sol, al Sol Invictus, invocado a su salida. Pero, aunque renacía cada día, resultaba claro que no podía irradiar su luz sobre toda la existencia del hombre. Pues el sol no ilumina toda la realidad; sus rayos no pueden llegar hasta las sombras de la muerte, allí donde los ojos humanos se cierran a su luz. « No se ve que nadie estuviera dispuesto a morir por su fe en el sol »,1 decía san Justino mártir. Conscientes del vasto horizonte que la fe les abría, los cristianos llamaron a Cristo el verdadero sol, « cuyos rayos dan la vida ». (LF 7).

Abraham a punto de sacrificar a Isaac

1.       En la primera parte revisa la Historia de la Salvación, es decir, la historia del pueblo de Dios, empezando con Abraham, a quien San Pablo cita y usa como ejemplo en el Nuevo Testamento. Nos hace observar que Dios actúa y se manifiesta a Abraham en una relación, que no es un Dios distante. Nuestra fe nos hace dar un paso hacia adelante, a acompañarle en el camino, como lo hizo Abraham.  En este camino, no sólo se manifiesta nuestra fe en Dios, sino la fe que Dios ha depositado en nosotros. Paradójicamente, el primer paso, lo tenemos que dar aún en la oscuridad. Nosotros hemos ido destruyendo esa fe con la idolatría, como en la historia del pueblo de Israel, que siempre apunta hacia la tentación de la  idolatría, para adorar dioses hechos por nuestras propias manos. Finalmente, la historia de la fe encuentra su culmen en Cristo, que ha venido a dar cumplimiento a todas las profecías y promesas, al mismo tiempo que nos enseña porqué debemos confiar y creer en El, que murió por nosotros y vino a hacerse uno de nosotros, viviendo nuestra realidad. Ahora nosotros podemos ver esa realidad. Dios no es algo que está más allá de nosotros, sino alguien que actúa aquí, entre nosotros y ahora mismo. También incluye la forma eclesial de la fe. Una cita digna de destacar de esta sección: “La fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes. Desde este ámbito eclesial, abre al cristiano individual a todos los hombres. La palabra de Cristo, una vez escuchada y por su propio dinamismo, en el cristiano se transforma en respuesta, y se convierte en palabra pronunciada, en confesión de fe. Como dice san Pablo: « Con el corazón se cree […], y con los labios se profesa » (Rm 10,10). La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio. En efecto, « ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? » (Rm 10,14). La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia Cristo (cf. Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos”. (LF 22).

2.       Es una discusión de la relación de la fe con otros aspectos: el amor, la razón, la verdad y la Teología. Lumen Fidei demuestra que la verdad es necesaria para que la fe esté bien fundamentada. Sólo cuando la fe tiene fundamento en la realidad, se puede decir que está basada en la verdad. De forma similar, nuestro amor por Dios debe estar fundamentado en la verdad, ya que de lo contrario sería sólo una serie de conjeturas o emociones. El Amor es necesario en la Fe para que la verdad no sea algo frío e impersonal. Nuestra cultura, con frecuencia nos hace creer que la verdad es para todos, por su misma naturaleza, como un dictador. Pero la verdad para todos y cada uno puede revelarse como un bien común cuando se hace con amor y puede ser personalizada a cada individuo. Mientras más nos dejemos poseer por la verdad, creceremos en humildad y en el conocimiento de la fe. Al lograr el conocimiento y la humildad, nos hacemos más capaces de compartir la verdad con quienes la buscan; una verdad que nos llenará plenamente y colmará la búsqueda que hemos emprendido. Al fin, la verdad en la Fe Católica nos posee; nosotros no poseemos la verdad. En pasaje brillante pasaje que nos plantea un reto en esta sección es este: “En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por otra parte, estarían después las verdades del individuo, que consisten en la autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir al bien común. La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo? (LF 25).


3.       La fe y la verdad sólo pueden recibirse en comunidad. La misma naturaleza de nuestras vidas nos obliga a tener fe en la verdad que otros nos comparten, desde nuestros nombres, hasta nuestros lenguajes e historia. Nuestra fe también es transmitida de generación en generación. La aceptamos en comunidad y en la comunión de la Iglesia. Con los sacramentos, experimentamos nuestra fe. Desde el bautismo, cuando somos recibidos en comunidad hasta el encuentro con Jesús en la Eucaristía. Percibimos el don y a la vez el futuro en la eternidad, en la Casa del Padre. Los sacramentos también nos brindan una nueva visión y una nueva ruta, mientras permanecemos unidos en comunión. La comunidad permanece unida a través de la tradición apostólica y su sucesión, que nos permite salvaguardar la verdad que transmitiremos a los fieles. Cuando los fieles dejan de creer en las enseñanzas de la Iglesia, ponen en peligro la unidad. En pasaje que puede iluminar nuestro horizonte: “La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos”. (LF 37).


4.       En esta sección, nos explica cómo la fe debe ser el fundamento de nuestra sociedad. La fe es necesaria como fundamento en la familia, en el matrimonio y en las instituciones de la sociedad. En el matrimonio, el hombre y la mujer manifiestan su fe en el bien común y en la esperanza que los rebasa a ellos mismos. En base a la fe y al amor, el matrimonio asienta la base de un modelo donde la fe crece, al depositar los hijos su fe en los padres. Esta relación también fortalece otras relaciones. No puede haber fraternidad si no creemos en un padre común. Es precisamente nuestra fe en Dios, la que nos brinda esta fe común, de tal manera que nuestra sociedad pueda subsistir. También es fuente de la dignidad de la persona humana. La fe también nos provee de fortaleza en el sufrimiento, aunque no sea la repuesta a cada interrogante que enfrentamos, pero es la lámpara que nos ayuda a navegar a través de la oscuridad, además de la presencia de Dios, que nos acompaña personalmente en nuestro sufrimiento. La fe siempre termina por colmarnos de alegría, tal como María aceptó a Jesús. También nosotros debemos seguir ese ejemplo. El signo de que hay fe en nuestras vidas debe manifestarse con una profunda alegría en Jesús. Esta sección y la Encíclica concluyen con la hermosa oración a María, en donde seguramente se unieron las cuatro manos de nuestros dos pontífices, Francisco y Benedicto XVI para elevarla por todos nosotros: “¡Madre, ayuda nuestra fe! Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa. Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe. Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar. Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Recuérdanos que quien cree no está nunca solo. Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino. Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor”.(LF 60). Hasta los ángeles desde el cielo se unieron a esta bella oración.


Lumen Fidei, puede ser una novedad para los medios que lo han difundido como un documento escrito en su mayor parte por un Papa, para ser publicado y promulgado por otro. No es la primera vez en la historia que ocurre esto. Juan Pablo II también dejó un documento iniciado. Es un triunfo de la fe, que nos enseña el valor de la Tradición, de las Escrituras y de la misma Iglesia.  Lumen Fidei viene a enriquecer todo un acervo que se ha consolidado a través de la Historia de la Salvación. Si partimos del Concilio Vaticano I, podemos ver que el espíritu de esta Encíclica no contradice las enseñanzas del Concilio ni el significado de la fe: “La fe es la virtud sobrenatural por la cual, mediante la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos lo que El nos ha revelado como verdadero, no por la verdad intrínseca que nos enseña por la luz natural de la razón, sino por la autoridad de Dios mismo que se revela, que no puede engañar ni ser engañado”. El Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco no nos presentan algo mecánico o un procedimiento. Lo que nos presentan es la luz de la fe en sus diferentes ‘refracciones’ espirituales:  (1) la luz por la que murieron los mártires, que es el camino del Antiguo Testamento al Nuevo. (2) la luz por la que el profeta Isaías predicaba y la luz que brilla en la Iglesia. (3) Quizás Lumen Fidei es demasiado ‘poética’ al tratar la luz de la fe, pero Dante también coincide en llamar la luz de la fe “una chispa, que se convierte en una flama ardiente como una estrella del cielo que está dentro de mí y resplandece”.  Lumen Fidei está llena de poesía extraída de la misma luz que procede de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia.

-Yvette Camou-

Bibliografía:
Akin, Jimmy. “14 Things you need to know about Pope Francis’ New Encyclical”. National Catholic Register. July 5th, 2013.
Cotter, Kevin. ‘Lumen Fidei: A Summary on Pope Francis’ First Encyclical’.  Catholic Herald. July 6th, 2013.
Franciscus. ‘Lumen Fidei’. Documentos de la Santa Sede. Vatican.va