29 de mayo de 2013

Frases como puños


Ha llegado a mis manos un libro impactante. Ya el mismo título quiere serlo: Frases como puños, de Luis Arroyo. Explica la gran epopeya de la manipulación del lenguaje con vistas a transformar en pocos años una sociedad que, como la española, era predominantemente católica.

Somos de ayer y sólo os hemos dejado vuestros templos. Ésta es una frase como un puño. El autor del libro tenía sólo 14 años en el curso 1982/83 y recibió un duro shock, según explica en una nota introductoria, cuando fue espectador involuntario de un documental que se proyectó en "uno de esos grandes centros con algunos miles de estudiantes de un único género regentados por sacerdotes. Con el alborozo que se produce cuando se rompe la rutina de las clases, nos sentaron en el salón de actos de la planta primera del colegio. Y cuando se apagaron las luces y se hizo el silencio, comenzó el sangriento espectáculo: brazos de feto desmembrados, una suerte de aspiradora  intrauterina, unas tenazas terribles, unos cubos de basura quirúrgicos rebosando miembros humanos… Una sucesión de diapositivas a cual más lúgubre para que viéramos cómo eran asesinados cada día esos pobres bebés".

Ahora, sólo treinta años después, puede escribir un libro en tono triunfal acerca de cómo se puede cambiar una sociedad con la simple manipulación del mensaje. Una misma realidad puede ser vista y entendida de manera radicalmente distinta. Lo importante es quien logra dar las claves de interpretación.

En apariencia, hay que de decir que tienen razón. ¡Qué duda cabe! No sólo las leyes han cambiado, sino también la cultura! Los cristianos parecen constituir un enemigo vencido. Los han barrido de todos los ámbitos y, al menos por el momento, les han dejado sus templos. En la sacristía o -lo que viene a ser lo mismo- en el ámbito de sus conciencias que piensen como quieran, pero que no se atrevan a expresarlo en público. Los han encerrado en sus sacristías.

¡Somos de ayer y sólo os hemos dejado vuestros templos! He aquí, efectivamente, una frase como un puño. La leí ayer por casualidad, pero no en el libro de este excelente ensayista, sino en un texto de Tertuliano, escrito en los primeros siglos del cristianismo, cuando ya habían quedado atrás las sombras de la persecución y los discípulos de Cristo habían conquistado la cultura. Éstas son las palabras del texto de Tertuliano:

"Somos de ayer, y hemos llenado todos vuestros lugares: ciudades, islas, fortalezas, municipios, aldeas, los mismos campamentos, las tribus, las decurias, el palacio, el senado, el foro. Sólo os hemos dejado vuestros templos" (1).

Leerlas y asociarlas al mensaje de Luis Arroyo fue todo uno. Las mismas palabras escritas por Tertuliano podrían haber sido pronunciadas por este sociólogo del siglo XXI. Aquél las refería al paganismo, que sólo encontraba refugio en los templos de las antiguas supersticiones religiosas; éste podría con toda verdad decir lo mismo de los católicos de la España actual.

Lo digo en parte con admiración. Pero también con pena. Esto es lo que le pasa a las ideologías: utilizan las frases como puños. No se trata de alcanzar una verdad, sino de vencer y ocupar un territorio. Al fin y al cabo, lo importante para mí ha sido descubrir que la célebre frase de Tertuliano era ideológica, es decir, estaba imbuida de un triunfalismo que es fatal para la Iglesia. Ayer, sin ir más lejos, el Papa Francisco afirmó que "El triunfalismo frena a la Iglesia. Es la tentación de un cristianismo sin Cruz. La Iglesia tiene que ser humilde".

La lectura del libro de Luis Arroyo se me promete muy interesante. Sólo he leído las primeras páginas, pero ya en ellas se advierte que los cristianos hemos sido víctimas de las ideologías: primero de aquellas que se han aprovechado de la fe para enraizarse y ocupar el territorio; después, de las que ahora están vigentes y parecen arrasar con su fuerza toda posible oposición. Ser conscientes de esto me parece todo un don de Dios. En el año de la Fe el primer paso que hay que dar es el de purificarla de todo residuo ideológico y de toda reminiscencia triunfalista.


Joan Carreras del Rincón
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(1) Tertuliano, Apologético, 37, 4.