13 de febrero de 2013

Las renuncias de Pedro

Sólo puede entenderse en el contexto de un diálogo entre Cristo y su Vicario
Muchos son los rumores que ha despertado el comunicado de la próxima renuncia de Benedicto XVI. Muchas son también las consideraciones sosegadas y acertadas de muchos periodistas en estos dos días, como se puede apreciar en esta reseña.

Benedicto XVI no dimite, renuncia. Son términos sinónimos, pero parecen esconder significados distintos. Aunque la renuncia del pontificado haya sido una figura poco utilizada, el caso es que estaba siempre allí, en el Código de Derecho Canónico y él mismo habló de ella en distintas ocasiones. La libertad del Romano Pontífice es absoluta y no está sometido a ninguna autoridad. No puede ser juzgada por nadie en el terreno jurídico. Es obvio. Pero hay quien se atreve a juzgarla en el ámbito de la moral. ¿Cómo se puede juzgar -así: juzgar- una decisión como la que ha tomado Benedicto XVI? Nunca se debe juzgar a nadie. ¿Cómo juzgar la decisión del vicario de Cristo en la Tierra? ¿La renuncia de un hombre que es libre y no necesita presentarla a ninguna otra autoridad sobre la tierra? Es evidente que el drama de Benedicto XVI se ha desarrollado en la intimidad de su corazón, en coloquio con Aquel a quien él tan digna, sacrificada y eficazmente ha servido durante toda su vida.

Y ese diálogo habrá sido muy diferente al que hace veinte siglos mantuvo el primero de los Papas con Jesús; muy diferente por razón de las circunstancias y de los contenidos, pero no por la intensidad del sentimiento. Pedro tuvo que esperar varios días, después de la Resurrección de Jesús, para saber si su Maestro seguía confiando en él para ser guía de la Iglesia. En cierto sentido, Pedro ya no era Pedro, sino Simón hijo de Juan. Pedro se mantuvo fiel a Cristo y lo hizo con la humildad de quien ha conocido profunda y personalmente la propia miseria.

Benedicto XVI también habrá tenido un diálogo que podría calificarse de análogo al de su antecesor en el pontificado. No por la miseria moral, sino por la debilidad física propia de la ancianidad: ¿está bien renunciar al cargo que el mismo Jesucristo te ha confiado? ¿No debería llevarlo a cumplimiento hasta el último suspiro? Andrea Tonnelli, de Vatican Insider, acierta en su valoración:
“¿La ‘cruz’ del Pontificado se hizo demasiado pesada para sus espaldas? Claro que sí (...) Pero justamente este gesto puede representar la última gran enseñanza del Papa Ratzinger. De este Papa que en su primer discurso a los cardenales en la Capilla Sixtina dijo que el Pontífice “debe hacer resplandecer la luz de Cristo, no la propia”. Todo lo que ha hecho en estos durísimos años ha sido para hacer entender a la Iglesia que la verdadera guía de la Iglesia misma no es el Papa, ni su protagonismo ni su heroísmo, ni su figura solitaria aislada en una torre y expuesta al ojo inmisericorde de los reflectores. La guía de la Iglesia es Jesús, de quien el Papa es solamente un vicario. (...) Al admitir su fragilidad física y psicológica, al hacer este gesto humilde y libre, el Papa transmite una vez más esta enseñanza.
A mí me ha ayudado pensar en el diálogo de Jesús con Pedro.  Y por eso nos viene bien recordarlo bajo este título: las renuncias de Pedro. Es conocido de todos el pasaje del Evangelio a que pertenece la frase de Jesús repetida tres veces: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Es un discípulo que no tiene claro cuál es su posición dentro de aquel grupo de seguidores de Jesús. Después de su triple negación no ha tenido un momento de tranquilidad para hablar a solas con su Señor. Probablemente habrá experimentado la paz de su presencia: ningún comentario o reproche. Al contrario, de él recibía quizá el trato de siempre, el de los mejores momentos.

Sin embargo, lo sucedido había sido muy grave: ¡le había traicionado y abandonado! Tampoco sería justo seguir actuando como si no hubiera pasado nada. Y ahora Jesús afronta el tema de una manera delicadísima. Le dirige una pregunta empleando el nombre propio, el que Pedro tenía antes de haber sido “bautizado” por Cristo. Ahora Jesús no se está dirigiendo a Pedro, sino a su amigo, al que conoció. Le pregunta:

― Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

En la traducción castellana del original griego se han perdido unos matices muy importantes que permiten comprender mejor la situación. Jesús utiliza el verbo αγαπάο, que no puede ser traducido por el simple querer español. El amor de ágape es un amor muy especial. Es el amor con que Dios nos ama y que tan perfectamente ha descrito san Pablo en su carta a los Corintios. Es un amor de donación, paciente y entregado, que no conoce límite ni traiciones.

Si esta pregunta hubiera sido formulada unas semanas antes, Pedro hubiera respondido afirmativamente, con resolución y sin dudarlo. Sin embargo, «ahora que ha conocido la tristeza infinita de la infidelidad y el drama de la propia debilidad dice solamente: “señor, yo te quiero (filó se), es decir, “yo te amo con mi pobre amor” (1).

Jesús vuelve a hacerle la misma pregunta, sin cambiar ninguna de las palabras. Parece que quiere arrancar de Pedro un compromiso mayor, que no se queda satisfecho con esa respuesta. Pero el discípulo ya ha aprendido a conocerse mejor y humildemente responde también de la misma manera.

Entonces sucede lo más sorprendente. Así como pocos días atrás había sido negado tres veces, ahora le da al discípulo la oportunidad de afirmar su amor también por tres veces. Le pregunta:

― Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

La lengua castellana no permite captar el matiz del griego original. Ahora utiliza el mismo verbo que había empleado antes Pedro:filéis me? , ¿me quieres? «Y Simón, aunque se haya entristecido porque el Señor le ha preguntado así, cambiando el verbo del amor, capta el sentido de aquel trueque en el Maestro y comprende que a Jesús le basta su amor pobre, humilde, el único del cual se siente capaz desde ahora. Por eso le responde: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero bien” (filó se). ¡Es Jesús quien se ha adaptado a Pedro, más que Pedro a Jesús!» (2).

Este texto muestra con claridad el misterio del amor humano. En realidad, Pedro podría responder en verdad con un agapo se, pero sólo apoyándose en el amor del maestro y en su gracia. De hecho, Pedro fue capaz de amar con el mismo amor del maestro y fue su mártir, es decir, dio testimonio de que en este mundo podemos cumplir el mandamiento nuevo: «que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12).

Fuera de Dios no existe el amor de donación. Y al revés, si alguien ama con ese amor es seguro que Dios actúa en él (aunque quizá él no lo sepa o no sea consciente de ello). Ahora bien, intentar amar así confiando únicamente en las propias fuerzas es precisamente la presunción en que incurrió Pedro cuando negó a Jesús. Esta fue la enseñanza que el discípulo recibió de su maestro. «Sígueme», es decir, no te separes de mí, y podrás amar como yo te he amado.


Joan Carreras del Rincón

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(1) Bruno Forte, Siguiéndote a ti, luz de la vida, Salamanca 2004, p. 154.

(2) Ibidem.