18 de diciembre de 2012

Mensaje del Concilio Vaticano II a los intelectuales



Continúo comentando los siete mensajes finales del Concilio Vaticano II. Leerlos produce maravilla en el corazón del creyente. Se trata de palabras claras y sencillas dirigidas directamente al corazón de las personas y que constituyen un modo estupendo de anunciar el Evangelio.

El segundo de los mensajes finales, que podréis encontrar íntegramente en este enlace, está dirigido a los intelectuales y a los hombres de ciencia.
"Un saludo especial para vosotros, los buscadores de la verdad, a vosotros los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; a todos vosotros, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda".
En un mundo alejado de Dios, en donde la fe es tantas veces despreciada, los intelectuales y los hombres de ciencia tienen una particular responsabilidad. A ellos se dirigen los demás hombres para apagar su sed de verdad. Por ejemplo, ante el horror de la masacre de niños en la escuela de Newton, los medios de comunicación han acudido en seguida a los psiquiatras, queriendo entender las razones que expliquen lo inexplicable. Claro que caben otras interpretaciones, como la que fray Nelson Medina escribió en este blog unos días atrás en su teoría del volcán, pero si provienen de los hombres de fe no son valoradas. 

Pero no se trata sólo de una cuestión de oportunidad. La razón principal por la que el Concilio se dirige a ellos es porque en realidad: el camino de la Iglesia y el de ellos, los intelectuales, es el mismo. "Vuestro camino es el nuestro". ¡Estupenda afirmación! Si Cristo es el Camino, la verdad y la vida, entonces es evidente que seguir a Cristo y buscar sinceramente la verdad pueden identificarse. 

Tanto el camino de la fe como en el de la razón transcurre por zonas en las que predominan las penumbras. En el camino de la fe porque la luz sobrenatural deja tantas veces al alma en una cierta oscuridad, aunque le confiere una firme certeza que le permite caminar con esperanza y alegría. En el camino de la razón, porque la realidad nunca es plana y siempre es mayor lo que desconocemos que lo que realmente comprendemos, por muchos y grandes que hayan sido los avances y descubrimientos realizados en nuestros días. 

El mensaje que el Concilio dirige a los intelectuales es formulado tanto de modo positivo como negativo. 

En positivo: "continuad, continuad buscando sin desesperar jamás de la verdad".

Y en negativo: "Pero no olvidéis: si pensar es una gran cosa, pensar, ante todo, es un deber; desdichado aquel que cierra voluntariamente los ojos a la luz. pensar es también una responsabilidad: ¡Ay de aquellos que obscurecen el espíritu por miles de artificios que lo deprimen, lo enorgullecen, lo engañan, lo deforman! ¿Cuál es el principio básico para los hombres de ciencia sino esforzarse en pensar rectamente?"

El Evangelio es el anuncio gozoso dirigido a los hombres que Dios ama (cfr Lc 2, 12-14). ¿Quiénes son ellos? En primer lugar aquellos que caminan bajo la luz de la fe, envueltos en el don de la gracia divina. Pero también, aquellos que se esfuerzan en buscar la verdad y no hacen oídos sordos a los dictámenes de su conciencia (2). Quienes perseveran en la búsqueda de la verdad, se encontrarán con Jesucristo ineluctablemente. Por eso, el camino de los intelectuales es el de la Iglesia. Ella también los necesita. 

Benedicto XVI pasará quizá a la historia como el Papa del logos. Nadie como él ha criticado al mundo moderno, pero no porque los hombres hayan abandonado la fe, sino porque han dejado de pensar, de razonar seriamente. Eso es lo peor que le puede pasar a un hombre: dejar de pensar. Porque en definitiva quien dejase de hacerlo también perdería la fe. 

A los intelectuales creyentes el Concilio les dirige también un consejo muy oportuno: 

"Tened confianza en la fe, esa gran amiga de la inteligencia. Alumbraos en su luz para descubrir la verdad, toda la verdad. Tal es el saludo, el ánimo, la esperanza que os expresan, antes de separarse, los Padres del mundo entero, reunidos en Roma en Concilio".

Palabras magníficas para alentar a los intelectuales y hombres de ciencia en el Año de la Fe y de la nueva Evangelización.

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(2) Me he inspirado libremente en el comentario a Lc 2, 12-14 de Benedicto XVI en su reciente libro "La infancia de Jesús", Planeta, Madrid 2012, p. 83.