28 de septiembre de 2011

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA


Benedicto XVI: Dios da a nuestra vida un sentido profundo


Hoy en la Audiencia General

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 28 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos la catequesis que ha realizado el Santo Padre Benedicto XVI al reunirse en la Audiencia de los miércoles con los fieles de Italia y de todo el mundo.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Como sabéis, desde el jueves hasta el domingo realicé una Visita Pastoral a Alemania; estoy contento, por tanto, de acoger la ocasión de la actual Audiencia para recorrer con vosotros las intensas y estupendas jornadas transcurridas en mi país de origen. He atravesado Alemania de norte a sur, del este al oeste: desde Berlín a Erfurt y de Eichsfeld hasta, finalmente, Friburgo, ciudad cercana a la frontera con Francia y Suiza. Doy gracias, en primer lugar al Señor, por la posibilidad que me ha ofrecido de reunirme con la gente y hablar de Dios, de rezar unidos y de confirmar a los hermanos y hermanas en la fe, según el especial mandato que el Señor encargó a Pedro y a sus sucesores. Esta visita, desarrollada bajo el lema “Donde está Dios, allí hay futuro”, ha sido realmente una fiesta de la fe: en los distintos encuentros y coloquios, en las celebraciones especialmente en las solemnes misas con el pueblo de Dios. Estos momentos han sido un precioso regalo que nos ha hecho percibir, de nuevo, cómo Dios da a nuestra vida el sentido profundo, la verdadera plenitud, que sólo Él nos da, concediendo a todos un futuro.

Con profunda gratitud recuerdo la acogida calurosa y entusiasta como también la atención y el afecto que me demostraron en los distintos lugares que visité. Agradezco de corazón a los obispos alemanes, especialmente a aquellos cuyas diócesis me han acogido, por su invitación y por todo lo que han hecho junto a sus colaboradores, para preparar este viaje. Un sentido agradecimiento también para el Presidente Federal y el resto de autoridades políticas y civiles a nivel federal y regional. Estoy profundamente agradecido a todos los que han contribuido de varios modos al buen resultado de la Visita, sobre todo a los numerosos voluntarios. Así esta ha sido un gran regalo para mí y ha suscitado alegría, esperanza y un nuevo empuje en la fe y de compromiso para el futuro.

En la capital federal Berlín, el Presidente Federal me acogió en su residencia y me dio la bienvenida en su nombre y en el de sus compatriotas, expresando la estima y el afecto hacia un Papa natural de la tierra alemana. Por mi parte, he podido hacer una pequeña reflexión sobre la relación recíproca entre religión y libertad, recordando una frase del gran obispo y reformador social Wilhelm von Ketteler: “Como la religión necesita libertad, también esta tiene necesidad de la religión”.

Muy contento acepté la invitación de ir al Bundestag, que ha sido uno de los momentos más importantes de mi viaje. Por primera vez un Papa dio un discurso delante de los miembros del Parlamento alemán. En esa ocasión quise exponer el fundamento del derecho y del libre estado de derecho, es decir la medida de todo derecho, inscrito por el Creador en el mismo ser de su creación. Es necesario ampliar nuestro concepto de naturaleza, comprendiéndola no sólo como un conjunto de funciones sino, más allá de esto, como un lenguaje del Creador para ayudarnos a discernir el bien del mal. Sucesivamente tuvo lugar el encuentro con algunos representantes de la comunidad judía de Alemania. Recordando nuestras raíces comunes en la fe del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, hemos puesto de relieve los frutos obtenidos por el diálogo entre la Iglesia Católica y el Judaísmo en Alemania. He tenido, igualmente, el modo de reunirme con algunos miembros de la comunidad musulmana, hablando con ellos sobre la importancia de la libertad religiosa para un desarrollo pacífico de la humanidad.

La Santa Misa en el estadio olímpico de Berlín, como conclusión del primer día de la Visita, fue una de las grandes celebraciones litúrgicas que me dieron la posibilidad de rezar con los fieles y animarlos en la fe. ¡Me alegró mucho la numerosa participación de la gente! En ese momento festivo e impresionante meditamos sobre la imagen evangélica de la vid y de los sarmientos, es decir sobre la importancia de estar unidos a Cristo para nuestra vida personal de creyentes y para nuestro ser Iglesia, su cuerpo místico.

La segunda etapa de mi visita se realizó en Turingia. Alemania, y de una forma especial Turingia, es la tierra de la reforma protestante. Por tanto, desde el principio quise, ardientemente, dar una particular importancia al ecumenismo en el marco de este viaje y fue mi fuerte deseo el vivir un momento ecuménico en Erfurt, porque en esa ciudad Martín Lutero entró en la comunidad de los Agustinos y fue ordenado sacerdote. Por esto me alegré mucho por el encuentro con los miembros del Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania y del acto ecuménico en el ex convento de los agustinos: un encuentro cordial que, en el diálogo y en la oración, nos ha llevado de una forma más profunda a Cristo. Vimos de nuevo lo importante que era nuestro testimonio común de la fe en Jesucristo en el mundo actual, que a menudo ignora a Dios o no se interesa por Él. Es necesario nuestro esfuerzo común en el camino hacia la total unidad, pero somos muy conscientes de que no podemos “hacer” ni la fe ni la unidad tan esperada. Una fe creada por nosotros mismos no tiene ningún valor y la verdadera unidad es sobre todo un don del Señor, el cual rezó y reza siempre por la unidad de sus discípulos. Sólo Cristo puede darnos esta unidad y estaremos cada vez más unidos en la medida en que volvamos a Él y nos dejemos transformar por Él.

Un momento particularmente emocionante fue para mí la celebración de las vísperas marianas en el santuario de Etzelsbach, donde me acogió una multitud de peregrinos. Ya de joven oí hablar de la región de Eichsfeld -zona que continuó siendo católica en las distintas vicisitudes dela historia- y de sus habitantes que se opusieron valerosamente a las dictaduras del nazismo y del comunismo. Por esto me alegré mucho de poder visitar Eichsfeld y a su gente en una peregrinación a la imagen milagrosa de la Virgen Dolorosa de Etzelsbach, donde durante siglos los fieles han confiado a María sus propias peticiones, preocupaciones, sufrimientos, donde han recibido consuelo, gracias y bendiciones. También muy impactante fue la Misa celebrada en la plaza del Duomo en Erfurt. Recordando a los santos patronos de Turingia -Santa Isabel, San Bonifacio y San Kilian- y el ejemplo luminoso de los fieles que han testimoniado el Evangelio durante los sistemas totalitarios, invité a los fieles a ser los santos de hoy, testigos válidos de Cristo, y a contribuir en la construcción de nuestra sociedad. Siempre han sido, los santos y las personas imbuidas de Cristo, las que han transformado verdaderamente el mundo. Conmovedor fue el breve encuentro con monseñor Hermann Scheipers, el último sacerdote alemán superviviente del campo de concentración de Dachau. En Erfurt tuve también la ocasión de reunirme con algunas víctimas de los abusos sexuales por parte de religiosos, a los que he querido asegurar mi dolor y mi cercanía con su sufrimiento.

La última etapa de mi viaje me llevó al sudoeste de Alemania, a la archidiócesis de Friburgo. Los habitantes de esta bella ciudad, los fieles de la archidiócesis y los numerosos peregrinos venidos de la vecina Francia y Suiza y de otros países me dedicaron una acogida especialmente festiva. Pude experimentarlo también en la vigilia de oración con millares de jóvenes. Me sentí feliz de ver que la fe en mi patria alemana tiene un rostro joven, que está viva y que tiene un futuro. En este estupendo rito de la luz entregué a los jóvenes la llama del cirio pascual, símbolo de la luz que es Cristo, exhortándoles: “Vosotros sois la luz del mundo”. Les repetí que el Papa confía en la colaboración activa de los jóvenes: con la gracia de Cristo, ellos son capaces de llevar al mundo el fuego del amor de Dios.

Un momento singular fue el encuentro con los seminaristas en el Seminario de Friburgo. Respondiendo de alguna manera a la conmovedora carta que me enviaron unas semanas antes, he querido mostrar a los jóvenes la belleza y grandeza de la llamada del Señor y ofrecerles alguna ayuda para seguir su camino con alegría y en profunda comunión con Cristo. Siempre en el Seminario, pude reunirme, en una atmósfera fraterna, con algunos representantes de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales, a las que nosotros, católico,s nos sentimos muy cercanos. De esta amplia comunión deriva, también, el deber común de ser levadura para la renovación de nuestra sociedad. Un amigable encuentro con los representantes de los laicos católicos alemanes concluyó la serie de eventos programados en el Seminario.

La gran celebración eucarística dominical en el aeropuerto turístico de Friburgo fue otro momento culminante de la Visita Pastoral, y la ocasión para agradecer a todos los que se comprometen en todos los ámbitos de la vida eclesial, sobre todo los numerosos voluntarios y colaboradores de las iniciativas caritativas. Son estos los que hacen posible las múltiples ayudas que la Iglesia alemana ofrece a la Iglesia universal, especialmente en las tierras de misión. Recordé también que su precioso servicio será siempre fecundo, cuando viene de una fe auténtica y viva, en unión con los obispos y el Papa, en unión con la Iglesia. Finalmente, antes de volver, hablé a un millar de católicos comprometidos con la Iglesia y con la sociedad, sugiriendo algunas reflexiones sobre la acción de la Iglesia en una sociedad secularizada, sobre la invitación a ser libre de cargas materiales y políticas para ser más transparentes a Dios.

Queridos hermanos y hermanas, este Viaje Apostólico a Alemania me ha dado la ocasión propicia para encontrarme con los fieles de mi patria alemana, para confirmarlos en la fe, en la esperanza y en el amor, y compartir con ellos la alegría de ser católicos. Pero mi mensaje estaba dirigido a todo el pueblo alemán, para invitarlos a mirar con confianza al futuro. Es verdad “Donde está Dios, allí hay futuro”. Agradezco de nuevo a los que han hecho posible esta Visita y a cuantos me han acompañado con la oración. El Señor bendiga al pueblo de Dios en Alemania y os bendiga a todos vosotros. Gracias.

[En español dijo:]
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús que celebran su Capítulo General; a los fieles de las Diócesis de Teruel y Albarracín; a los peregrinos de la Arquidiócesis de Santo Domingo, junto a su Obispo Auxiliar; a los sacerdotes de la Arquidiócesis de Medellín, así como a los demás grupos venidos de España, Colombia, Chile, República Dominicana, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dar gracias al Señor por esta Visita Apostólica a Alemania, suplicándole que, cuanto he podido sembrar en estos días, ayude a percibir cada vez más cómo Dios ofrece a todos un futuro. Muchas gracias.

27 de septiembre de 2011

PROXIMAMENTE: HISTORIAS DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA por Alberto Royo Mejía.

A finales de este mes de septiembre, mi párroco Alberto Royo Mejía publicará su primer libro llamado "Historias de la Historia de la Iglesia". Actualmente aparte de párroco y de delegado del diaconado permanente de la diócesis, cabe destacar el de Vicario Judicial y consultor de la Congregación para las causas de los santos. Alberto ya ha escrito en otras ocasiones otros muchos articulos que han publicado en periodicos digitales como intereconomía ó religión en libertad. Todas las semanas publica en su blog "historiadelaiglesia.com" articulos que nos ayudan a amar a nuestra madre la Iglesia, a conocerla tal cual el, nos hace descubrir como es el Espiritu Santo y no los hombres quien la dirigiren. La Iglesia lleva más de 2010 años de historía existiendo y vemos que lo que es de Dios siempre permanece y lo que es del hombre acaba por extinguirse. Os animo, queridos amigos a que adquirais un ejemplar de este libro para ir descubriendo a través de pequeñas historias la belleza de la Iglesia.

Agradezco de corazón a Alberto la dedicación que ha tenido para sacar adelante esta obra maestra que es fruto de su estudio y de su trabajo, gracias a este libro muchos de nosotros podremos conocer de cerca la historia de la Iglesia de Jesucristo.

Aquí os dejo un video que han hecho sobre esta obra. Más adelante publicará otro libro que se llama "Santos por las calles de Nueva York".


25 de septiembre de 2011

EN RELACIÓN PERMANENTE


No cabe duda que la mejor forma de conocer a una persona es relacionarse con ella. Es evidente que así es. Y, por supuesta lógica, siguiendo esa premisa conocida por todos, la mejor forma, y la única, de conocer a JESÚS es relacionarnos con ÉL.

Esa forma de relación, ÉL mismo nos la enseñó, se llama oración. Es hablar con ÉL y a través del ÉL, también con el PADRE, y con el ESPÍRITU SANTO, porque injertados en JESÚS estamos también con el PADRE y el ESPÍRITU.

Por nuestra parte, podemos decirle muchas cosas. Todas aquellas que nos preocupan, que no sabemos como responder ante ellas, que tienen difícil solución, o que nos cuesta aceptar y asumirlas como vivencia diaria en nuestras vidas. También, seguro, le damos gracias por todo lo que nos ha dado y por amarnos tanto.

Pero, hay una cosa muy importante. Yo diría más importante que nuestro propio diálogo. Me refiero al silencio y a la escucha. No sólo hablo yo, también habla ÉL, y es lo más importante tratar de escucharle y entender lo que me dice. Sí, ten por seguro que ÉL nos habla. Sólo nos falta el creernos que, también nosotros, podemos escucharle. Y lo digo desde mi propia experiencia, descubierto hace muy poco tiempo. 

Por eso, conocedor de ello mi director espiritual, me ha animado a reflexionar todos los días el Evangelio diario. Y, puede ser una señal, mi sorpresa agradable, de caer en la cuenta que ya lo hacía todos los días, por la Gracia de DIOS, al aceptar voluntariamente mi compromiso de reflexionarlo en la página "Un rincón para orar cada día". Como siempre suele ocurrir en las cosas del ESPÍRITU, el aparente compromiso lejos de ser una carga se convierte en el momento más importante del día y empieza a ser un gozo.

Por eso, les brindo el enlace a todos los blogueros católicos (ver aquí), (pues no sé si lee o no) con el fin de que si les puede ayudar a mejorar esa relación con JESÚS que sea para bien. No hay otra intención, pues yo seguiré adelante hasta que ustedes lo permitan y quieran. Eso si, creo que difícilmente deje de hacerlo, pues paralelamente lo hago en mi blog "De dodim a agapé" y luego lo copio a Blogueros. Un compromiso con apariencias de carga, se ha convertido en una suave brisa ligera. Verdaderamente me ha venido a la mente sus Palabras de: "Mi yugo es suave, y mi carga ligera".

20 de septiembre de 2011

“…llamé y Él me respondió”


En la Parroquia, cuando nos invitaron a trabajar para la JMJ - Madrid nos embargó una emoción grande y de inmediato expresamos nuestro ¡¡¡ SÍ queremos !!!. Dios, no sabíamos en qué nos metíamos, pero como al Señor no es fácil decirle que no, pues venga, con todas las consecuencias Señor.

Los días pasaban y con ellos llegaban las dudas, el cansancio, el desánimo…y a medida que el día de llegada de los primeros Peregrinos se acercaba se presentó el miedo, la falta de confianza en nosotros mismos; aún así seguimos adelante, teníamos la certeza que el Señor estaba con nosotros a nuestro lado, quién contra nosotros?.

Los materiales comenzaron a llegar a cuenta gotas, a deshora, se les esperaba a la hora indicada y el camión de reparto tardaba su tiempo. Pero firmes en la Fe, como lema de nuestra JMJ, al fin y al cabo Dios estaba siempre a nuestro lado.

Por fin lunes 15 de Agosto, el día oficial de inicio de la JMJ; el primer grupo de Peregrinos llegó a nuestra Parroquia con el rostro cansado de tan largo viaje, pero con el corazón henchido, con la Fe, que en boca del Santo Padre, Benedicto XVI, San Pablo nos invitaba; que hermoso de verdad, fue como un abanico de ilusiones que comenzaba a desplegarse y todas las dudas y miedos anteriores fueron desapareciendo. De inmediato una gran cantidad de chicos asignados a la Parroquia inundaron de alegría todos los espacios, paraguayos, húngaros, portugueses, palestinos, venezolanos, españoles, ecuatorianos…deseosos de escuchar la Palabra de Dios a través de su Santidad y de los Pastores en las Catequesis. Nos preguntábamos. ¿Qué fuerza los une?. La respuesta era una: el amor a Cristo y su Iglesia.

En el Colegio que nos fue asignado, el Pablo Sorozábal de Móstoles, 172 jóvenes en perfecto orden y disciplina comenzaron a levantar su Campamento; jóvenes portugueses y brasileños que querían convivir en este tiempo y compartir su Fe; ellos mismos organizaron sus turnos de limpieza, entrega de desayunos, rezos….La Iglesia misma actuando. “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos”,dice el Señor. Mt 18, 20.

172 jóvenes y ningún disgusto, palabra disonante, contrariedad… qué hermoso cuando Cristo se encuentra en medio de nosotros; el verlo reflejado en el rostro de cada uno de estos jóvenes era la recompensa justa para las dificultades anteriores a la JMJ. Lo que más nos llamó la atención fue el verles llegar a altas horas de la noche y tener fuerzas para reunirse en círculo en medio de la cancha múltiple para rezar Completas y darle gracias al Señor por el día regalado, por las vivencias vividas, por las Catequesis transmitidas y por el Sacramento del Perdón recibido. No estuvimos ajenos a esto, rezábamos pidiendo por esta juventud sana que se levanta, para que afronte los desafíos que el Siglo XXI trae, para que sigan fieles a Jesucristo y su Iglesia. En nuestro hogar y en nuestra Parroquia, tan querida, sembramos para que otros vean el fruto.

“…llamé y Él me respondió”. Gracias Señor pues a pesar de nuestras miserias humanas nos llamaste para trabajar en esta JMJ-Madrid, porque sin ser jóvenes aprendimos de los jóvenes; aprendimos a dar sin esperar recibir nada a cambio. A que el cansancio de nuestro día fuera aliviado con la entrega total a Ti. A que el Peregrinar es orar con los pies. A que nuestra cruz debe ser el manantial de nuestra fuerzas y el secreto de nuestra Paz, como lo señalaba Juan XXIII…; en fin que siempre estás con nosotros.

Llegado el día de despedida y a medida que se montaban en los autocares, nos daban las gracias por las atenciones y nos manifestaban cosas hermosas pero una de ellas nos llamó poderosamente la atención: que habíamos sido durante una semana sus padres españoles.

Seguiremos orando por ellos y siempre estarán en nuestros corazones; gracias Leo, gracias Jorge, gracias Alzira, gracias Ricardo, gracias Pedro, gracias Juan Pablo, gracias María, … gracias a vosotros; ¡Gracias Señor!, gracias a todos por ayudarnos a ser cada día más fieles al Señor….

Edmundo y Nilda
Parroquia Santa María de la Alegría
Móstoles (Madrid) 

15 de septiembre de 2011

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA


Benedicto XVI: Dios está presente en el momento de la angustia

Hoy en la Audiencia General

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 14 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI hizo hoy durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro, siguiendo el ciclo sobre la oración cristiana.
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Queridos hermanos y hermanas,
en la catequesis de hoy quisiera afrontar un Salmo de fuertes implicaciones cristológicas, que continuamente aflora en los relatos de la pasión de Jesús, con su doble dimensión de humillación y de gloria, de muerte y de vida. Es el Salmo 22 según la tradición judía, 21 según la tradición greco-latina, una oración sincera y conmovedora, de una densidad humana y una riqueza teológica que lo convierten en uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una larga composición poética (nosotros nos detendremos en particular en la primera parte), concentrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones significativas de la oración de súplica a Dios.

Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y rodeado de adversarios que quieren su muerte; él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oración la realidad angustiosa del presente y el recuerdo consolador del pasado se alternan, en una sufrida toma de conciencia de la propia situación desesperada que no quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es una llamada dirigida a Dios que parece lejano, que no responde y que parece haberlo abandonado:
 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos?
Te invoco de día, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso” (v. 2 y 3). 
Dios calla y este silencio hiere el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Los días y las noches se suceden en una búsqueda incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece muy distante, muy olvidadizo, muy ausente. La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda darle consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad se convierte en algo insoportable. Además el orante de nuestro Salmo llama al Señor tres veces “mi Dios”, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante las apariencias, el Salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya roto totalmente y, mientras pide un por qué del presunto abandono incomprensible, afirma que “su” Dios no puede abandonarlo.

Como se sabe, el grito inicial del Salmo, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” se cita en los Evangelios de Mateo y de Marcos como el grito lanzado por Jesús cuando muere en la cruz (cfr. Mt 27,46; Mc15,34). Expresa toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la vida. Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmo. Sin embargo el suyo no es un grito desesperado, como no lo era el del Salmista, que en su súplica recorre un camino atormentado que llega finalmente a una perspectiva de alabanza, en la confianza de la victoria divina. Y ya que en la costumbre judía citar el inicio de un Salmo implicaba una referencia al poema completo, la oración de Jesús agonizante, aunque mantiene su carga de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la gloria. “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”, dirá el Resucitado a los discípulos de Emaús (Lc 24,26). En su Pasión, en obediencia al Padre, el Señor Jesús atraviesa el abandono y la muerte para alcanzar la vida y darla a todos los creyentes.

A este grito inicial de súplica, en nuestro Salmo 22-21, seguidamente, en una dolorosa comparación, recuerda el pasado:
“En ti confiaron nuestros padres:
confiaron, y tú los libraste;
clamaron a ti y fueron salvados,
confiaron en ti y no quedaron defraudados” (v. 5 y 6).

Ese Dios que hoy al Salmista le parece lejano, es el Señor misericordioso que Israel ha experimentado siempre en su historia. El pueblo, al que pertenece el orante, ha sido objeto del amor de Dios y puede testificar su fidelidad. Comenzando por los Patriarcas, después en Egipto y en la larga peregrinación en el desierto, durante la permanencia en la tierra prometida, en contacto con pueblos agresivos y enemigos hasta la oscuridad del exilio, toda la historia bíblica ha sido una historia de petición de auxilio por parte del pueblo y de respuestas salvíficas por parte de Dios. Y el Salmista hace referencia a la inquebrantable fe de sus padres, que “confiaron” -se repite este verbo tres veces- sin quedar nunca defraudados. Ahora, sin embargo, parece que esta cadena de invocaciones confiadas y respuestas divinas se haya interrumpido. La situación del Salmista parece desmentir toda la historia de salvación, haciendo más dolorosa la realidad presente.

Pero Dios no puede desmentirse, y entonces la oración vuelve a describir la penosa situación del orante, para hacer que el Señor tenga piedad e intervenga, como había hecho siempre en el pasado. El Salmista se define “pero yo soy un gusano, no un hombre;la gente me escarnece y el pueblo me desprecia” (v.7), se burlan de él, lo desprecian (cfr v. 8), y herido en su propia fe: “Confió en el Señor, que él lo libre;que lo salve, si lo quiere tanto” (v.9). Bajo los golpes burlones de la ironía y del desprecio, parece que el perseguido pierda sus connotaciones humanas, como el Siervo sufriente del Libro de Isaías (cfr Is 52,14; 53,2b-3). Y como el justo oprimido del Libro de la Sabiduría (cfr 2,12-20), como Jesús en el Calvario (cfr Mt 27,39-43), el Salmista ve cómo se pone en tela de juicio su relación con el Señor, el énfasis cruel y sarcástico de los que lo están haciendo sufrir: el silencio de Dios, su aparente ausencia. Sin embargo, Dios está presente en la existencia del orante con una cercanía y una ternura incuestionable. El Salmista lo recuerda al Señor: “Tú, Señor, me sacaste del seno materno,me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento (v. 10-11a). El Señor es el Dios de la vida, que hace nacer y acoge al neonato y lo cuida con afecto de un padre. Y si antes se había recordado la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el orante evoca su propia historia personal de relación con el Señor, remontándose al momento particularmente importante del inicio de su vida. Y allí, no obstante la desolación del presente, el Salmista reconoce una cercanía y un amor divino tan radical, que ahora puede exclamar, en una confesión llena de fe y generadora de esperanza: “desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios” (v.11b).

El lamento se convierte ahora en una súplica conmovedora: “No te quedes lejos, porque acecha el peligro y no hay nadie para socorrerme” (v.12). La única cercanía que el Salmista percibe y que lo aterroriza es la de los enemigos. Y por tanto es necesario que Dios se haga cercano y que lo socorra, porque los enemigos rodean al orante, lo cercan y son como toros poderosos, como leones que abren sus fauces para rugir(cfr v. 13-14). La angustia altera la percepción del peligro, aumentándolo. Los adversarios parecen invencibles, se han convertido en animales feroces y peligrosísimos, mientras que el Salmista es como un pequeño gusano, impotente, sin defensa alguna. Pero estas imágenes, usadas en el Salmo, sirven para decir que cuando el hombre es un ser brutal que agrede a su hermanos, algo animal lo posee, parece perder su apariencia humana; la violencia tiene algo de bestial y sólo la intervención salvadora de Dios puede restituir la humanidad al hombre. Ahora, para el Salmista, objeto de tanta feroz agresión, parece que no hay salida y que la muerte comienza a poseerlo: “Soy como agua que se derramay todos mis huesos están dislocados [...]; mi garganta está seca como una teja y la lengua se me pega al paladar. Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica”(v. 15.16.19). Con imágenes dramáticas, que encontramos en los relatos de la Pasión de Cristo, se describe la descomposición del cuerpo del condenado, el calor insoportable que atormenta al moribundo y que encuentra eco en la petición de Jesús: “Tengo sed” (cfr Jn 19,28), hasta alcanzar el gesto definitivo con el que los torturadores, como los soldados bajo la cruz, se reparten las vestiduras de la víctima a la que consideran muerta (cfr Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34; Jn 19,23-24).

Y de nuevo, la petición de socorro urgente: “Pero tú, Señor, no te quedes lejos;tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. Sálvame”(vv. 20.22a).Este es un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una seguridad que va más allá de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolación. Y el lamento se transforma, deja lugar a la alabanza en la acogida de la salvación: “Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea” (v.23). Así el Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final en el que participa todo el pueblo, los fieles del Señor, la Asamblea litúrgica, las generaciones futuras(cfr v. 24-32). El Señor ha venido en su ayuda, ha salvado al pobre y le ha mostrado el rostro de su misericordia. Muerte y vida se han cruzado en un misterio inseparable del que ha salido victoriosa la vida, el Dios de la salvación se ha mostrado Señor indiscutible ante el cual todos los confines de la tierra celebrarán y todas las familias de los pueblos se postrarán. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.

Querídisimos hermanos y hermanas, este Salmo nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección. Dejémonos invadir de la luz del misterio pascual y, como los discípulos de Emaús, aprendamos a discernir la verdadera realidad más allá de las apariencias, reconociendo el camino de la exaltación en la humillación y la plena manifestación de la vida en la muerte, en la cruz. Así poniendo de nuevo toda nuestra confianza y esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia, le podremos rezar con fe también nosotros y nuestro grito de auxilio se transformará en cantos de alabanza. Gracias.

10 de septiembre de 2011

Lo que es de Dios siempre da fruto.

Todavía sigue respirándose en el ambiente de nuestros pueblos la Jornada Mundial de la Juventud. Esta fiesta de la fe ha sido un gran evento histórico que no ha podido dejar indiferente a ninguna persona.

Semanas antes de la jornada se escuchaba a través de los medios de comunicación e incluso dentro de ambientes de Iglesia el fracaso que iba a suponer dicha jornada. Sin embargo lo que es de Dios siempre da fruto, en este aparente fracaso el Señor ha querido lucirse y reunir en torno al sucesor de Pedro a 2.000.000 de jóvenes que han mostrado al mundo entero la necesidad y la sed que tienen de Dios. Jóvenes que han dado un grito de esperanza, jóvenes que han pedido a gritos el alimento espiritual que sacia el corazón del hombre, jóvenes que han pedido encontrarse con Jesucristo. Todos ellos buscan respuestas a los interrogantes de sus vidas, a sus inquietudes personales, el Papa nos ha recordado que la Verdad, la Verdad de nuestra vida no es una idea ni una ideología sino una Persona, Jesucristo. Estos jóvenes han acudido con confianza al Sucesor de Pedro para que les muestre el camino que deben de seguir para alcanzar una nueva vida que sea distinta a la que pueden encontrar en el mundo.  
Esta avalancha de la juventud que busca a Cristo nos debe hacer caer en la cuenta de que verdaderamente la gente ama a Cristo y a su Iglesia, necesitan a Dios y lo buscan con toda el alma. Los medios quieren anestesiarnos y mostrarnos una realidad que no es verdad, la Iglesia es una realidad joven, los hombres hoy siguen buscando a Dios, el problema está en que existen cuatro que se les oye más que a nosotros porque se les da mucha más autoridad.

Ante esta realidad que se encontró el Papa, emocionado y feliz, invitó a los jóvenes a ir a las parroquias para encontrar esa nueva vida que sacia el corazón el hombre. Allí encontrareis a Cristo que dará sentido a vuestras vidas. Abridle las puertas de vuestro corazón – decía el Papa -.


Efectivamente muchos han hecho caso a estas palabras del Papa, cuántas personas están volviendo otra vez a las parroquias a confesarse, a empezar de nuevo esta relación de amistad después de tantos años de relación apagada, quieren incorporarse en los grupos para empaparse de su palabra, todos ellos vienen con un deseo claro, volver a encontrarse con Jesucristo. ¡Cuántas gracias a Dios debemos de dar por ello!.
El mensaje que el Papa nos ha traído, como hemos podido comprobar, no está destinado solo para la juventud, es un mensaje para toda la Iglesia. Son pautas para vivir nuestro camino de fe y llegar así a estar arraigados y edificados en Cristo Jesús.


Lo primero que debemos de hacer, dice el Papa, es poner en Cristo el fundamento de nuestras vidas, construir nuestra casa en una piedra solida, que ninguna riada ni ninguna corriente de aire pueda destruir. Si ponemos nuestro fundamento en Cristo encontraremos nuestro puesto en el plan de Dios.

La segunda cosa necesaria que debemos hacer para cultivar nuestra vida espiritual es empaparnos de su Palabra a través de la meditación personal, a través del contacto intimo con Jesucristo en la oración. Solo así los criterios de nuestro corazón serán los criterios de Cristo. Que su Palabra sea siempre la norma de nuestra vida. Elemental es también para vivir la relación con Cristo la participación en la Eucaristía dominical y la recepción frecuente del sacramento del perdón, esto debe ser siempre una necesidad en nuestra vida. 
Este gran tesoro que hemos descubierto y que nos ha cambiando la vida no puede quedarse solo en nuestro interior “lo que habéis recibido gratis dadlo gratis” – dice el Señor- . Debemos de dar siempre y en todo momento testimonio de todo lo que ha ocurrido en nuestra vida.


Queridos amigos, el Papa nos recuerda que frente al relativismo y la mediocridad, en torno a una sociedad que intenta anestesiar a Dios, surge la necesidad de la radicalidad, de la fidelidad. Tenemos que ser radicales y fieles a Cristo. No antepongamos nada al amor de Dios, no dejemos que Jesús sea siempre el segundo plato. Nuestra vida espiritual tiene que estar nutrida por ese encuentro precioso de intimidad personal con Cristo, si no es así nuestra fe acaba muriéndose.
Tanto esfuerzo y tanta dificultad durante estos días de preparación han merecido la pena.


Acabo con las palabras del papa: “La Iglesia necesita de vosotros y vosotros tenéis necesidad de la Iglesia”. “La Iglesia necesita de vuestra fidelidad arraigada y edificada en Cristo Jesús”.

7 de septiembre de 2011

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA


Benedicto XVI: Dios está siempre cerca


Hoy en la Audiencia General

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 7 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos la catequesis que el Santo Padre Benedicto XVI ha dirigido a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro para la Audiencia General de los miércoles. Dicha catequesis continúa el ciclo sobre la oración.
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Queridos hermanos y hermanas,

retomamos hoy las Audiencias en la Plaza de San Pedro y la “escuela de oración” que estamos viviendo juntos en estas catequesis de los miércoles; quisiera comenzar meditando sobre algunos Salmos que, como decía el pasado junio, forman el “libro de oración” por excelencia. El primer Salmo sobre el que me detengo, es un Salmo de lamento y de súplica imbuido de una profunda confianza, en el que la certeza de la presencia de Dios es el fundamento de la oración que se produce en una condición de extrema dificultad del orante. Se trata del Salmo 3, que la tradición judía atribuye a David en el momento en que este huye de Absalón (cfr. v.1). Es uno de los episodios más dramáticos y sufrientes de la vida del rey, cuando su propio hijo usurpa el trono real y lo obliga a abandonar Jerusalén para salvar la vida (cfr. 2ª Sam, 15 ss). La situación de angustia y de peligro experimentada por David es el telón de fondo de esta oración y ayuda a su comprensión, presentándose como la situación típica en el que un Salmo se recita. En el grito del Salmista todo hombre puede reconocer estos sentimientos de dolor, de amargura, a la vez que de confianza en Dios que, según la narración bíblica, acompañó a David en su huida de la ciudad.

El Salmo inicia con una invocación al Señor:

“ Señor, ¡qué numerosos son mis adversarios, cuántos los que se levantan contra mí! ¡Cuántos son los que dicen de mí: 'Dios ya no quiere salvarlo'!(v. 2-3).


La descripción que hace el salmista de su situación está marcada, por tanto, de tonos fuertemente dramáticos. Tres veces afirma la idea de la multitud -“numerosos”, “cuántos”, “cuántos”- que en el texto original se realiza con la misma raíz hebrea, para destacar más aún la enormidad del peligro, de modo repetitivo, casi machaconamente. Esta insistencia en el número y grandeza de los enemigos sirve para expresar la percepción, por parte del Salmista, de la desproporción total existente entre él y sus perseguidores, una desproporción que justifica y razona la urgencia de su petición de ayuda: los opresores son muchos, tienen el control de la situación, mientras que el orante está solo e indefenso, a merced de sus agresores. Y la primera palabra que el Salmista pronuncia es “Señor”; su grito comienza con la invocación a Dios. Una multitud surge y se levanta contra él, provocándole un miedo que aumenta la amenaza haciéndola parecer todavía más grande y terrible; pero el Salmista no se deja vencer por esta visión de muerte, sino que mantiene firme su relación con el Dios de la vida y es a Él a quien se dirige, en primer lugar, buscando ayuda. Sin embargo, los enemigos intentan también destruir este vínculo con Dios y socavar la fe de su víctima. Estos insinúan que el Señor no puede intervenir, afirman que ni Dios puede salvarlo. La agresión, por tanto, no es sólo física, sino que afecta además a la dimensión espiritual: “Dios ya no quiere salvarlo” -dicen-, agrediendo el núcleo central del alma del Salmista. Es la última tentación que sufre el creyente, la tentación de perder la fe, la confianza en la cercanía de Dios. El justo supera la última prueba, permanece firme en la fe, en la certeza de la verdad y en la confianza plena en Dios. Así encuentra la vida y la verdad.


Me parece que el Salmo nos afecta personalmente: son muchos los problemas en los que sentimos la tentación de que Dios no me salva, no me conoce, quizás no tiene la posibilidad; la tentación contra la fe es la última agresión del enemigo, y debemos resistirla porque así nos encontramos con Dios y encontramos la vida.


El Salmista de nuestro Salmo está llamado, por tanto, a responder con la fe a los ataques de los impíos: los enemigos -como he dicho- niegan que Dios pueda ayudarlo, él, sin embargo, Le invoca, Le llama por su nombre, “Señor”, y después se dirige a ÉL con un “tú” enfático, que expresa una relación firme, sólida y recoge en sí la certeza de la respuesta divina: “Pero Tú eres mi escudo protector y mi gloria, tú mantienes erguida mi cabeza. Invoco al Señor en alta voz, y él me responde desde su santa Montaña” (v. 4-5).

La visión de los enemigos desaparece ahora, no han vencido porque quien cree en Dios está seguro que Dios es su amigo: queda sólo el “Tú” de Dios; a los “muchos” se contrapone uno sólo, pero que es mucho más grande y potente que muchos adversarios. El Señor es ayuda, defensa, salvación; como escudo protege a quien confía en Él, haciéndole levantar la cabeza con gesto de triunfo y de victoria. El hombre ya no está solo, lo enemigos ya no son tan imbatibles como parecían, porque el Señor escucha el grito del oprimido y responde desde el lugar de su presencia, desde su monte santo. El hombre grita en la angustia, en el peligro, en el dolor; el hombre pide ayuda y Dios responde. Este entrelazarse el grito humano y la respuesta divina es la dialéctica de la oración y la clave de la lectura de toda la historia de salvación. El grito expresa la necesidad de ayuda e interpela a la fidelidad del otro; gritar quiere decir hacer un gesto de fe a la cercanía y disponibilidad del Dios que escucha. La oración expresa la certeza de una presencia divina ya experimentada y creída, que se manifiesta plenamente en la respuesta salvífica de Dios. Esto es importante: que en nuestra oración esté presente la certeza de la presencia de Dios. Así el Salmista, que se siente asediado por la muerte, confiesa su fe en el Dios de la vida que, como escudo, lo rodea de una protección invulnerable; quien pensaba estar perdido puede levantar la cabeza porque el Señor lo salva; el orante, amenazado y humillado, está en la gloria porque Dios es su gloria.


La respuesta divina que acoge la oración da al Salmista una seguridad total; termina también el miedo y el grito se aquieta en la paz, en una profunda tranquilidad interior: “Yo me acuesto y me duermo, y me despierto tranquilo porque el Señor me sostiene. No temo a la multitud innumerable, apostada contra mí por todas partes” (v. 6-7).


El orante, incluso en medio del peligro y de la batalla, puede dormir tranquilo en una actitud inequívoca de abandono confiado. A su alrededor los adversarios acampan, lo asedian, son muchos, se yerguen contra él, se burlan y tratan de derribarlo, pero él, sin embargo, se acuesta y duerme tranquilo y sereno, seguro de la presencia de Dios. Y al despertar, encuentra a Dios a su lado, que como guardián no duerme (cfr Sal 121,3-4), que lo sostiene, le sujeta la mano, no lo abandona nunca. El miedo a la muerte es vencido por la presencia de Aquel que no muere. Es justo la noche, poblada de miedos ancestrales, la noche dolorosa de la soledad y de la espera angustiosa, que se transforma: Lo que evoca a la muerte se convierte en presencia del Eterno.


A la visión del asalto enemigo, enorme, imponente se contrapone la invisible presencia de Dios, con toda su invencible potencia. Y es a Él al que, de nuevo, el Salmista, después de sus frases de confianza, dirige su oración: “¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, Dios mío!”(v. 8a). Los agresores “se levantaban” contra su víctima, pero el que, sin embargo, “se levantará” es el Señor y lo hará para destruirlos. Dios lo salvará respondiendo a su grito. Por esto el Salmo se cierra con la visión de la liberación del peligro que mata y de la tentación que puede hacernos perecer. Después de la petición dirigida al Señor para que se levante y nos salve, el orante describe la victoria divina: los enemigos, que con su injusta y cruel opresión, son símbolo de todo lo que se opone a Dios y a su plan de salvación, son derrotados. Golpeados en la boca, no podrán agredir más con su violencia destructiva y no podrán insinuar el mal de la duda sobre la presencia y acción de Dios: su hablar insensato y blasfemo es desmentido finalmente y reducido al silencio por la intervención salvífica de Dios (cfr v. 8bc). Así el Salmista puede concluir su oración con una frase con las connotaciones litúrgicas que celebra, en la gratitud y alabanza, al Dios de la vida: “¡En ti, Señor, está la salvación,y tu bendición sobre tu pueblo!” (v.9).


Queridos hermanos y hermanas, el Salmo 3 nos presenta una súplica llena de confianza y consuelo. Rezando este Salmo podemos hacer nuestros los sentimientos del Salmista, figura del justo perseguido que en Jesús encuentra su cumplimiento. En el dolor, en el peligro, en la amargura de la incomprensión y de la ofensa, las palabras del Salmo abren nuestro corazón a la certeza consoladora de la fe. Dios está siempre cerca -también en las dificultades, en los problemas, en las tinieblas de la vida- escucha, responde y salva a su modo. Pero es necesario saber reconocer su presencia y aceptar sus caminos, como David huyendo humillado de su hijo Absalón, como el justo perseguido del Libro de la Sabiduría, como el Señor Jesús en el Gólgota. Y cuando, a los ojos de los impíos, Dios parece no intervenir y el Hijo muere, entonces es cuando se manifiesta a todos los creyentes la verdadera gloria y el cumplimiento definitivo de la salvación. Que el Señor nos dé fe, nos ayude en nuestra debilidad y nos haga capaces de creer y de rezar en toda angustia, en las noches dolorosas de la duda y en los largos días de dolor, abandonándonos con confianza a Él, que es nuestro “escudo” y nuestra “gloria”. Gracias.


[En español dijo:]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la parroquia de San Francisco Javier, de Oviedo; a la Coral Médica Pedro Pérez Velásquez y al Coro Juvenil Cultural, de la Universidad Central de Venezuela; a la Orquesta Sinfónica Juvenil "Batuta", de Bogotá, así como a los demás grupos provenientes de España, Costa Rica, El Salvador, Venezuela, Argentina, México y otros países Latinoamericanos. Invito a todos a vivir, ante cualquier adversidad, una absoluta confianza en Dios de quien procede toda bendición. Muchas gracias.

3 de septiembre de 2011

1er ENCUENTRO BLOGUERO CON EL PAPA

De izquierda a derecha:
Xhonane Oliva (familia católica-org.blogspot.com)
Juan Alejandro Rivera (padrenuestro.net)
María Martínez Orgegozo (arguments.es)
Salvador Pérez Alayón (yosoycreyentecatolico.blogspot.com)
Guerrera de la luz (bloguerosconelpapa.blogspot.com)

MESA ENVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS


No cabe duda que el ESPÍRITU sopla donde y cuando quiere, y ahora, ya pasado el 1er Encuentro Bloguero, su acción no termina, sino que continua constantemente dirigiendo nuestros pasos y acciones. Cada día percibo de una manera más clara y nitida que mi libro, "Por la acción del ESPÍRITU", fue su obra y no la mía.
En cierta ocasión oí que si la Iglesia, nosotros que la formamos, no evangelizamos no tendría sentido existir. Porque la Iglesia fue fundada por JESÚS para evangelizar y llevar la Buena Noticia a todas partes. Por eso, esta mesa de Evangelización y catequesis representa el fin último y trascendete de toda nuestra jornada bloguera. Estamos aquí para evangelizar, y una vez anunciado que JESÚS nos ha salvado, ¡ya estamos salvados!, acompañar, catequesis, para crecer y avanzar en el camino hacia la Casa del PADRE.
Un saludo y abrazo a todos en XTO.JESÚS.