18 de octubre de 2010

Arraigados en Cristo


En la convocatoria de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Benedicto invita a los jóvenes a intensificar su camino de fe, a tener unas raíces sólidas sobre las que construir su vida, especialmente hoy, en que parece que vivimos en un mundo donde hay un ‘eclipse de Dios’. Y así, el encuentro de Madrid tendrá por lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7).

¿Dónde están los jóvenes? Pensaba sobre ello esta tarde en Misa, contemplando al resto de los fieles que nos habíamos reunido para asistir al gran Misterio de la Eucaristía. Los más ‘jóvenes’ del lugar rondábamos los cuarenta y tantos. La mayor parte de los presentes superaba los setenta. No os extrañará si os digo que, en mi pueblo, las Misas de la tarde son Misas ‘concelebradas’ entre el sacerdote y varias buenas señoras ancianas que para mí que andan un poco sordas, por lo que, lo que rezan para sí, lo oímos todos. Después de la bendición, el cura nos pidió oraciones para los grupos de jóvenes que a continuación iban a tener una reunión para ir preparando la JMJ. A la salida, me encontré con varios chicos y chicas con guitarras, papeles con letras de canciones, listas de voluntariado, carteles y más material sobre el tema. No digo que todas estas cosas no sean importantes, pero me pregunto si no están dejando de lado lo principal: echar raíces y ‘arraigarse’ a Cristo.

Si algún joven lee esto, no quiero que piense que el entusiasmo sobra. Todo lo contrario. Pero si no queremos que el entusiasmo se quede en algo pasajero, en el ‘viva el Papa, oooeee, viva el Papa, oooeee’, tenemos que empezar a echar raíces desde ya. A prepararnos, los jóvenes y los que ya no lo somos tanto, para que nuestra alegría sea una alegría auténtica de conversión.

Pienso que la mejor preparación es encontrarnos con el Señor en la oración, en la confesión y en la Eucaristía. En este sacramento, no recibimos un regalo de parte del Señor, lo recibimos a Él mismo y pedimos para convertirnos en aquello que hemos recibido de manera que podemos decir con San Pablo: «Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí». Lo sé, yo tampoco pretendo comprender este don desde un punto de vista meramente humano; es un gran misterio. Sin embargo, hemos sido invitados a este banquete. El Señor nos dice: «Quien me come, vivirá por Mí». ¿Hay alguna otra fuerza que pueda lograr que vivamos arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe?