17 de octubre de 2010

Anecdotario de un amigo (11)


A nuestro amigo Benedicto le gustan los peluches. No es una anécdota muy conocida, pues, desgraciadamente, los animales de peluche son unas de las tantas cosas que el lobby gay quieren apropiarse para su iconografía. Por eso las agencias de información catolica no le dan publicidad, para evitar que se asocie la figura de nuestro amado Papa con ningún tipo de amaneramiento.

Pero aquí estamos, entre amigos, y lo podemos decir claro... : le encantan los peluches.

Las personas bien informadas, que lo quieren agasajar, no pierden oportunidad para regalárselos. Evidentemente, Benedicto no los puede guardar y cuando visita los orfanatos de Roma, se los regala a los niños.

Sirvan algunos ejemplos para demostrarlo: En Sydney, un grupo de trabajadores del jardín zoológico le regaló un koala de peluche. Cuando el presidente mexicano Felipe Calderón, acompañado de su familia, visitó a Benedicto en Roma, la hija del presidente, María, de 9 años, le ofrendó un pequeño oso de peluche que llevaba entre los brazos. En agosto de 2009, en Roma, el Papa se reunió el sábado con los atletas del campeonato mundial de natación los cuales le regalaron la mascota del campeonato, de peluche, claro... En su 80 cumpleaños, un fiel le regaló un gigantesco oso de peluche que el Papa envió al hospital de niños de Roma Bambino Gesu (Niño Jesús).

Pero no es solo que le gusten los peluches, es que aún conserva los que le confeccionó su madre cuando era niño.

Su hermano Monseñor Georg Ratzinger describe así la infancia del Papa: "Yo le recuerdo siempre alegre. A partir de ese momento mostró una gran sensibilidad a los animales, las flores, y en general a toda la naturaleza. Tal vez por eso le regalaban mascotas de peluche como regalos de Navidad. Nuestros padres sabían que lo hacían feliz regalándoselos. Recuerdo que en varias Navidades le regalaron un oso, un perro, un gato y un pato. "

“Joseph no tenía todavía dos años cuando ocurrió la siguiente historia. Estábamos todavía en nuestra casa Marktl, y en la tienda de enfrente había un escaparate decorado con motivos navideños. Había un pequeño oso de peluche que a mi hermano le gustaba mucho; siempre se acercaba al escaparate para verlo. Un día, dos días antes de Navidad, el oso de peluche desapareció y mi hermano empezó a llorar amargamente. En Nochebuena, cuando compartimos los regalos apareció el oso en el salón y mi hermano volvió a ser feliz. "

Por otra parte, los muñecos de peluche, eran el no va más en juguetes, en la infancia de Benedicto, como si ahora dijéramos la Play Station o la Wii, pues habían sido inventados apenas 20 años antes, en 1902, por la alemana Margarethe Steiff.

Quizás algún lector no habitual de este blog se mofe de lo que estoy contando y de su protagonista, nuestro amigo. Para estos, para que sepan del inmenso poder de un oso de peluche ofrezco el estremecedor testimonio del ex boxeador Tim Guénard:

En su más que recomendable biografía, “Más fuerte que el odio” (Gedisa Editorial), Tim Guénard advierte al lector que lo que va a leer es de una vida magullada, tanto como su cara. «Sólo en la nariz, tengo 27 fracturas. De ellas, 23 provienen del boxeo y cuatro de mi padre», escribe. Cuenta además: «Soñaba que habían metido a mi papá en una lavadora y que llegaba todo nuevo. ¡Tenía tantas ganas de un beso!, o de una mirada, un gesto; pero tristemente nunca llegó... Un día ya no tuve ganas de eso, tuve ganas de vivir para matarlo; y el odio me dio fuerza».


El peor recuerdo de su infancia es haber estado tres años en la cama de un hospital por culpa de los golpes que le dió su padre. "Cuando bebía, no sabía lo que hacía y me pegaba sin darse cuenta. Lo que más me dolió es que durante ese tiempo de convalecencia, nunca tuve una visita." Un día en el hospital, vio que a su compañero de habitación se le cayó el envoltorio de uno de los regalos que recibió. Tim cogió ese papel y lo escondió. Cuenta en su libro que, a pesar de su situación, este simple papel le ayudó a salir adelante:

"El papel tenía el dibujo de un tren con vagones llenos de juguetes y un oso de peluche que movía su brazo. Lo escondí en los baños del final del pasillo y todos los días me arrastraba hasta allá (no podía andar) para ver mi papel a escondidas; me daba la impresión de que el osito me decía “¡Hola Tim!” y que me daba las buenas noches al final del día. Para mí era la única visita (esto demuestra que lo que desechan los demás puede ser importante para otros). Ese papel me dio un poco de calor y suscitó en mí el deseo de volver a caminar. Gracias a ese esfuerzo para ver mi papel de regalo, aprendí a andar nuevamente."


Pero, sin irnos más lejos, mi hijo, que va a cumplir 16 años próximamente y que ya se le van los ojos detrás de las chicas, todavía duerme con Juan y Mario, un perro y un oso de peluche que tiene desde su primer año de vida y que ya son parte de nuestra familia.


Quizas otros diran: “Sí, eso esta muy bien para los niños, pero ¿cómo un varón, alemán, mayor de 80 años, piadoso, místico, políglota, músico, doctor en varias disciplinas teológicas, que ha ejercido y ejerce altísimas responsabilidades de gobierno y paternidad espiritual sobre millones de personas, puede conservar todavía unos peluches? La respuesta es sencilla como el propio Ratzinger: porque son el vínculo con su infancia y con su madre; un vinculo con la infancia que muchos perdemos por prejuicios y que son muy necesarios para conservar la limpieza de la mirada y la higiene del alma que rebosa Benedicto. Porque como dijo Jesús, refiriéndose a unos niños, "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18,3)”