1 de septiembre de 2010

Nadie es bloguero en su tierra


Parafraseando la conocida máxima de Jesús y teniendo en consideración que el carisma que nos caracteriza tiene algo de profético, me parece que puede decirse que "nadie es bloguero en su tierra".

¿Qué os parece a vosotros, queridos blogueros? ¿Confirmáis la certeza de esta sentencia desde vuestra particular experiencia? Si lo hacéis, corroboraréis que el bloguero tiene algo de profeta y, por tanto, no ha de extreñarle sentir a su alrededor cierta incomprensión y comprobar que estrecha lazos con personas lejanas.

No ha de extrañarle que los "prójimos", es decir, aquellos con los que comparte su existencia cotidiana en el hogar o el trabajo, no comprendan ni compartan sus inquietudes. Un bloguero que se precie es adicto a su blog. Se comprende que los familiares miren con recelo al blogadicto, pensando que o bien le quita tiempo para otras actividades o bien que está emblogueciendo por momentos. Una sana preocupación por la reputación de la familia les llevará a poner algunas trabas, con la intención de salvarle y liberarle de su esclava pasión. ¿Acaso no se cumple en el bloguero el mito de Narciso, como reza la leyenda que encabeza estas líneas? El blogadicto advertirá que no puede hablar en el desayuno acerca del último post que ha escrito. Las noticias del periódico eclipsarán su tema con una rapidez inusitada. Carraspeos, cambios de tema inmediatos y miradas de complicidad acompañarán cada una de sus intentonas.

Tampoco ha de extrañarle al blogadicto que se alegre con los comentarios de otros blogueros o usuarios anónimos que dejan en su bitácora una tarjeta de visita, un elogio o sencillamente un guiño de comprensión. El bloguero no escribe con esa intención. No busca la comprensión ni el aplauso: si así fuera, probablemente dejaría de ser bloguero. ¡Pero sus bloguerías tienen más éxtio en otras tierras que en la suya propia! Y eso es la confirmación -así me lo parece a mí- de que el bloguero es realmente un profeta de nuestros tiempos.