13 de julio de 2010

Tras la euforia




Lo predijimos antes del partido y se han confirmado. El Papa estaba con la Roja, con la selección española. Y no es que el Papa esté en contra de la católica Holanda: es que el Papa no puede estar con el juego sucio, en momentos, brutal, de la otrora "naranja mecánica", convertida ahora en "exprimidora mecánica". Ni la reciente conversión de Sneijder al catolicismo, que le ha hecho crecer como jugador, ni las carreras impresionantes de Robin, ni con menos motivo, las bárbaras patadas que repartieron sus compañeros, bastaron para doblegar a un equipo unido como el español, cohesionado por el aglutinante de un buen trato al balón y una exquisita deportividad transmitida al equipo por su entrenador Vicente del Bosque.


Por eso, después del partido, el Vaticano se ha mojado y así, el diario L’Osservatore Romano destacó el triunfo de España en el Mundial de Fútbol de 2010 y aseguró que se impuso «el mejor equipo» del mundo, que puede dominar todavía por mucho tiempo la escena internacional, teniendo en cuenta la edad media de sus miembros.


Gracias a ellos, la nación española, ese equipo de culturas y lenguas diversas, ha disfrutado de una fiesta colectiva como no se recordaba. La fiesta ha acabado; en dos días la selección española deja de ser noticia; los comentaristas deportivos volverán a centrar sus focos sobre las antiguas rivalidades de los clubes de fútbol y se acabará el buen rollito. El PIB seguirá por los suelos y a más de uno esta ola de entusiasmo deportivo le parecerá haberla soñado.


Como una botella de cava al abrirse, el ruido y la efervescencia han sido breves. Al contrario que el buen vino tinto, cuyos aromas y recuerdos permanecen en la boca y en la cabeza largo tiempo, a esta celebración de la 1º Copa del Mundo ganada por España le faltaba el fundamento, la dimensión trascendente. El entrenador y comentarista deportivo Jorge D'alessandro hizo notar esta falta de trascendencia en el debate del programa de TV Puntopelota. Dijo que no se entendía como un país católico, con jugadores bautizados, no hacía algún tipo de ofrenda del trofeo a su patrona la Virgen del Pilar o a su patrón Santiago Apóstol. Ninguno de los contertulios pareció tener interés en debatir esta cuestión y el moderador cambió de tema; "hablemos de los fichajes para la nueva temporada", concluyó.


Y sin embargo, esta Copa del Mundo ha estado llena de momentos transcendentes: el portero que hizo paradas imposibles, calificadas por algunos como de la mano de Dios, al final de la película nos descubre con el gesto de un beso que las hizo impulsado por amor hacía su novia (Iker); el gol más importante del Mundial, el que da la victoria al campeón, lo mete el jugador más sencillo y humilde de la selección y se lo dedica a un compañero muerto. Por esta acción, recibió una tarjeta amarilla (Iniesta). No son simples detalles o anécdotas de un campeonato. Nos muestran que detrás de toda acción humana hay una respuesta a los interrogantes transcendentales del amor y de la muerte. Unas preguntas que no se agotan y que se nos proponen cada día, en cada paso que damos hacia adelante o hacía atrás.


Solo así se explica que Iniesta, Torres y Busquets, antes del Mundial, prometieran hacer el Camino de Santiago si ganaban el campeonato y lo haran: "como sea... ¡lo haré como sea!", dijo Iniesta. Por qué unos chicos en la cima de sus carreras profesionales, despues de una dura temporada en sus clubes y de ganar un mundial van a emplear su tiempo de vacaciones en cargarse con una mochila y ponerse a andar por los caminos jacobeos de España. ¿No será que los reyes mundiales del futbol intuyen que hay algo más importante que el futbol? ¿No será que saben que aquella copa que levantaban por las calles de Madrid no era la verdadera...?

Que Santigo Apostol, meta del camino que emprenden, y la Virgen María, guía de peregrinos, lleve a estos jovenes campeones a descubrir a Jesucristo, el mayor de los tesoros, la copa definitiva cuyo vino de la alegría no se agota.