9 de julio de 2010

Renovar nuestro entusiasmo juvenil por Cristo y por la Iglesia


Decía el gran Juan Pablo II que los primeros apóstoles y evangelizadores de la juventud son los propios jóvenes, porque nadie puede reemplazarlos allí donde se mueven, en su trabajo, su estudio, la universidad, los lugares de ocio. Y es ahí, precisamente, donde los jóvenes no deben permanecer callados, sino que deben dar testimonio de vida siendo auténticos testigos de Cristo.

Los que éramos jóvenes cuando estas Jornadas comenzaron, somos ahora adultos, muchos casados, con hijos y un sin fin de responsabilidades. Cada vez que tiene lugar una Jornada Mundial de la Juventud, me pregunto si no habremos perdido un tanto ese amor primero, ese entusiasmo que nos hacía ver nuestro futuro como un gran camino lleno de sentido.

Con el paso de los años, tendríamos que plantearnos si de verdad hemos construido nuestra vida sobre roca o si, por el contrario, nos hemos quedado nadando en la superficie. ¿Era nuestra alegría de entonces una manifestación propia de gente joven, o era un auténtico entusiasmo por Cristo y por el Evangelio?

Ahora también veo a muchos jóvenes entusiastas a mi alrededor. Y a otros que desgraciadamente parecen ancianos prematuros, cansados y tristes. ¡Qué contradicción! La juventud es fuerza vital. ¿Qué falta para que estos jóvenes tristes resuciten a la vida? ¿Que la sociedad cambie? No, son ellos los que tendrán que cambiarla. ¿Que la crisis pase? ¿Que las cosas mejoren? ¿Que las drogas desaparezcan?

No, lo único necesario es Dios en sus vidas. La Madre Teresa de Calcuta, en una carta a los jóvenes, les decía: «Dios se hace uno de nosotros para ayudarnos a comprender qué es el amor y para enseñarnos a amar. El servicio más grande que podéis hacer a alguien es conducirlo a Jesús, para que lo escuche y lo siga; porque sólo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados».

El lema de la jornada en al año 2008 rezaba: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos». No dejemos pasar esta oportunidad que la Iglesia nos da de revivir nuestro entusiasmo juvenil por Cristo y por la Iglesia. Porque Cristo vive en la Iglesia, y nuestra misión apostólica está en ella.

La Jornada Mundial de la Juventud es el momento ideal para renovar nuestro compromiso apostólico. Cuando asistimos a la Jornada de la Juventud, los jóvenes, y los que ya no estamos en esa etapa de la vida pero queremos permanecer jóvenes de espíritu, estamos declarando que entendemos esa misión: la de ser auténticos testigos de Cristo.